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viernes, 22 de abril de 2011

“Escribir la lectura”





“Escribí la lectura que hacés”, claro como si fuera tan fácil….
“Hacé un registro del momento en que levantás la cabeza por la condensación de toda la información que te brinda un texto”, ahá, como si fuese tan simple…
“Hacé lo que mejor hacés”, nos vamos acercando…
“Leé mal, leé subversivamente, leé dejando tus ojos en cada página”, nos va gustando más la tarea…
“Leé como lo haría un amigo. Leé para confrontar con tu propio enemigo. Leé para salvarte”…, y ahora encuentro que leeré rápido y mal. Vorazmente, como caníbal. Adoctrinadamente, como digno ejemplar de niña índigo. Físicamente, con todo el cuerpo en el texto, con todas las sensaciones de ese registro que –al fin y al cabo- es el que se da cuenta de si algo gusta o no. Vengativamente, como digna hija de las letras, y de toda aquella tradición de lectores inverosímiles que jugaron con la máscara del loco, del bufón, pero también del tonto. Y juro por la iniquidad de aquellos que formaron parte de mi biblioteca mental, por aquellos que están y por los que enloquecieron de ciega fe en los libros. Por los lectores que creyeron que en sus libros estaba la salvación: desde el pequeño Sebastián de “La historia sin fin”, hasta la divina Sara de “Laberinto”. Héroes de mi infancia, personajes como los que soñaba ser. Seres rescatados del olvido de la cotidianeidad por la lectura de la ficción. Pero en la ficción ellos encontraron su verdad. Su propia existencia. Juraré por los que enloquecieron de tanto leer (o los que necesitaron la locura de la lectura) como Alonso Quijano, y Hamlet II. Pero, por sobre todo, juro por aquellos que se dieron cuenta que de todas las “turas” (arquitectura, pintura, impostura, cordura) sólo la literatura les daba esencia y existencia. Por ellos, y por mí, -si es que alguien soy, fuera de la que escribe- por ella que debe salvarse para no seguir llorando más –por la ingente muerte que lo arrebató de su mano cuando todavía siente que no se puede parar- pero más que nada, por esa que de repente no necesita a Nadie (pero sólo el náufrago aquel puede arrancarla de la Nada) y por todas esas obras que algún día serán escritas, y por eso mismo, jamás verán la luz. La verdad ahora será encubierta, los solipsismos y las interjecciones volarán por doquier. Las insensateces formarán parte de mi canon, y de mi vértigo al ponerlas por escrito. Hoy el nuevo ser, la resurrección del Fénix que algún día se volverá a quemar con su propio fuego. Hoy ser Red Scharlach y jurar la construcción de un laberinto tan grande de palabras que encierren su propia monstruosidad y canallez. Hoy solamente ser una lectora imprudente. Una lectora Infame.

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