Buscar este blog

martes, 30 de noviembre de 2010

No es dios todo lo que reluce - indio solari

Diálogos de ruptura. Julio Cortázar.






Para leer a dos voces,
imposiblemente por supuesto.

—No es tanto que ya no sepamos
—Sí, sobre todo eso, no encontrar
—Pero acaso lo hemos buscado desde el día en que
—Tal vez no, y sin embargo cada mañana que
—Puro engaño, llega el momento en que uno se mira como
—Quién sabe, yo todavía
—No basta con quererlo, si además no hay la prueba de
—Ves, de nada vale esa seguridad que
—Cierto, ahora cada uno exige una evidencia frente a
—Como si besarse fuera firmar un descargo, como si mirarse
—Debajo de la ropa ya no espera esa piel que
—No es lo peor, pienso a veces; hay lo otro, las palabras cuando
—O el silencio, que entonces valía como
—Sabíamos abrir la ventana apenas
—Y esa manera de dar vuelta la almohada buscando
—Como un lenguaje de perfumes húmedos que
—Gritabas y gritabas mientras yo
—Caíamos en una misma enceguecida avalancha hasta
—Yo esperaba escuchar eso que siempre
—Y jugar a dormirse entre nudos de sábanas y a veces
—Si habremos insultado entre caricias el despertador que
—Pero era dulce levantarse y competir por la
—Y el primero, empapado, dueño de la toalla seca
—El café y las tostadas, la lista de compras, y eso
—Todo sigue lo mismo, se diría que
—Exactamente igual, sólo que en vez
—Como querer contar un sueño que después de
—Pasar el lápiz sobre una silueta, repetir de memoria algo tan
—Sabiendo al mismo tiempo cómo
—Oh sí, pero esperando casi un encuentro con
—Un poco más de mermelada y de
—Gracias, no tengo

lunes, 29 de noviembre de 2010

lista de insultos....para finalizar mi noche....agotaditaaaaaaaaaaaaa




Lista de insultos:

• Infeliz (no destellás felicidad!)
• Ridículo (dejá los acting para cuando te llame alguno de Polka)
• Patético (busca relleno para su cumple porque carece de amigos)
• Reaccionario (querés ver la reacción del otro…la verdad, te vimos como un imbécil)
• Idiota: (quien en griego carece de ley, se le aplicaba a mujeres y menores…o sea, te viene al moño)
• Psicópata de copetín: (estás alejado de Bonanza, ergo no hagas la meada de gato, el territorio que marcás es tuyo cuando le das nombre, las ausencias no lo tienen así no jodas en las fiestas de TOMATE)
• Adolescente posmoderno (prendido a una pc, prolongación peneana.com, metete un USB en el orto y que se te amplifique porque sos gay de alma…)
• Genial padre (no haré comentarios)
• Genial amigo (menos porque me descompongo de la risa antes de terminar el paréntesis)
• Dominado por su pene (es lo único vivo que hay en ese ser…porque de cerebrito, un hamster parado haciendo huelga)
• Monumento a la promiscuidad (te creés galán de feria que la ponés en todos lados y no sos capaz de hacerte un análisis…por dios, asquito es poco)
• Monumento a que la vida le arroje trabajo (cual rey Midas, pretende que todo se convierta en oro total, jamás se levantará a ir a algún lugar para generar dinero…eso sí…los boludos incondicionales pagan siempre)
• Infame (tipo hecho de discurso y encima “barato”, carente de reglas retóricas que se piensa que de repente es el ombligo del planeta…y HELLO, el mundo gira por fuera de vos…)
• MAL AMIGO: el que te caga por demás. El garca viejo y banal. El que se encarga de que justamente le saques la confianza en un abrir y cerrar de ojos..el tipo que se encarga de justamente como él dice “crear la necesidad del otro” sin darse cuenta de que el costo es altísimo…porque ahora, querido…hasta enero ni en pedo espero….LIBRA DE CARNE, O CONSEGUÍ UN PRESTAMO
• MAL TIPO: ventajero para cagar gente en cuanta oportunidad haya. Siempre fue eso, el tipo que cagaba más alto que el culo. Hormiga culona habría que decirte… cerapio para cumplir con deudas y pensarse que de repente….cualquiera arroja manteca al techo.
• FALSO: te hacés el que bancás a la gente, y creés que bancar es convidar un porro o ferné cuando uno tiene un problema en serio. Ese sos vos, el que se evade de todos, los adultos no lo hacemos…los adultos los enfrentamos.
• Adolescente perdido: mientras no sepa que lugar ocupa, tan patético es que ni sabe donde está parado, se cree tantas cosas y es nada…es todos y ninguno…porque no ha desarrollado nada de personalité. Es pura impostura…ya ni chistes interesantes…

Ceremonia recurrente




El animal totémico con sus uñas de luz,
los objetos que junta la oscuridad debajo de la cama,
el ritmo misterioso de tu respiración, la sombra
que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminentemente.
Entonces me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño,
Vuelvo de un continente a medias ciego
donde también estabas tú pero eras otra,
y cuando te consulto con la boca y los dedos, recorro el horizonte de tus flancos
(dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto,
te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego
de piel y de azabache, las figuras del sueño)
el animal totémico a los pies de la hoguera
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.

Y después despertamos y es domingo y febrero.

el ídolo de las cícladas....by Jules Cortázar...





- Me da lo mismo que me escuches o no – dijo Somoza-. Es así, y me parece justo que lo sepas.

Morand se sobresaltó como si regresara bruscamente de muy lejos. Recordó que antes de perderse en un vago fantaseo, había pensado que Somoza se estaba volviendo loco.

- Perdona, me distraje un momento –dijo -Admitirás que todo esto. . . En fin, llegar aquí y encontrarte en medio de...

Pero dar por supuesto que Somoza se estaba volviendo loco era demasiado fácil.

- Sí, no hay palabras para eso - dijo Somoza-. Por lo menos nuestras palabras.

Se miraron un segundo, y Morand fue el primero en desviar los ojos mientras la voz de Somoza se alzaba otra vez con el tono impersonal de esas explicaciones que se perdían enseguida más allá de la inteligencia. Morand prefería no mirarlo, pero entonces recaía en la contemplación involuntaria de la estatuilla sobre la columna, y era corno volver a aquella tarde dorada de cigarras y de olor a hierbas en que increíblemente Somoza y él la habían desenterrado en la isla. Se acordaba de cómo Thérése, unos metros más allá sobre el peñón desde donde se alcanzaba a distinguir el litoral de Paros, había vuelto la cabeza al oír el grito de Somoza, y tras un segundo de vacilación había corrido hacia ellos olvidando que tenía en la mano el corpiño rojo de su deux pieces, para inclinarse sobre el pozo de donde brotaban las manos de Somoza con la estatuilla casi irreconocible de moho y adherencias calcáreas, hasta que Morand con una mezcla de cólera y risa le gritó que se cubriera, y Thérése se enderezó mirándolo como si no comprendiera, y de golpe les dio la espalda y escondió los senos entre las manos mientras Somoza tendía la estatuilla a Morand y saltaba fuera del pozo. Casi sin transición Morand recordó las horas siguientes, la noche en las tiendas de campaña a orillas del torrente, la sombra de Thérése caminando bajo la luna entre los olivos, y era como si ahora la voz de Somoza, reverberando monótona en el taller de escultura casi vacío, le llegara también desde aquella noche, formando parte de su recuerdo, cuando le había insinuado confusamente su absurda esperanza y él, entre dos tragos de vino resinoso, había reído alegremente y lo había tratado de falso arqueólogo y de incurable poeta.

"No hay palabras para eso", acababa de decir Somoza. "Por lo menos nuestras palabras."

En la tienda de campaña en lo hondo del valle de Skoros, sus manos habían sostenido la estatuilla y la habían acariciado para terminar de quitarle su falso ropaje de tiempo y de olvido (Thérése, entre los olivos, seguía enfurruñada por la reprensión de Morand, por sus estúpidos prejuicios), y la noche había girado lentamente mientras Somoza le confiaba su insensata esperanza de llegar alguna vez hasta la estatuilla por otras vías que las manos y los ojos y la ciencia, mientras el vino y el tabaco se mezclaban al diálogo con los grillos y el agua del torrente hasta no dejar más que una confusa sensación de no poder entenderse. Más tarde, cuando, Somoza se fue a su tienda llevándose la estatuilla y Thérése se cansó de estar sola y vino a acostarse, Morand le habló de las ilusiones de Somoza y los dos se preguntaron con amable ironía parisiense si toda la gente del Río de la Plata tendría la imaginación fácil. Antes de dormirse discutieron en voz baja lo ocurrido esa tarde, hasta que Thérése aceptó las excusas de Morand, hasta que lo besó y fue como siempre en la isla, en todas partes, fueron él y ella y la noche por encima y el largo olvido.

-¿Alguien más lo sabe? - preguntó Morand.

- No. Tú y yo. Era justo, me parece - dijo Somoza-. Casi no me he movido de aquí en los últimos meses. Al principio venía una vieja a arreglar el taller y a lavarme la ropa, pero me molestaba.

- Parece increíble que se pueda vivir así en las afueras de París. El silencio. . . Oye, pero al menos bajas al pueblo para comprar provisiones.

- Antes si, ya te dije. Ahora no hace falta. Hay todo lo necesario, ahí.

Morand miró en la dirección que mostraba el dedo de Somoza, más allá de la estatuilla y de las réplicas abandonadas en las estanterías. Vio madera, yeso, piedra, martillos, polvo, la sombra de los árboles contra los cristales. El dedo parecía señalar un rincón del taller donde no había nada, apenas un trapo sucio en el piso.

Pero poco había cambiado en el fondo, esos dos años entre ellos habían sido también un rincón vacío del tiempo, con un trapo sucio que era como todo lo que no se habían dicho y que quizá hubieran debido decirse. La expedición a las islas, una locura romántica nacida en una terraza de café del bulevar Saint-Michel, había terminado apenas encontraron el ídolo en las ruinas del valle. Tal vez el temor de que los descubrieran les fue limando la alegría de las primeras semanas, y llegó el día en que Morand sorprendió una mirada de Somoza mientras los tres bajaban a la playa, y esa noche habló con Thérése y decidieron volver lo antes posible, porque estimaban a Somoza y les parecía casi injusto que él empezara - tan imprevisiblemente- a sufrir. En París siguieron viéndose espaciadamente, casi siempre por razones profesionales, pero Morand iba solo a las citas. La primera vez Somoza preguntó por Thérése, después pareció no importarle. Todo lo que hubieran debido decirse pesaba entre los dos, quizá entre los tres. Morand estuvo de acuerdo en que Somoza guardara por un tiempo la estatuilla. Era imposible venderla antes de un par de años; Marcos, el hombre que conocía a un coronel que conocía a un aduanero ateniense, había impuesto el plazo como condición complementaria del soborno. Somoza se llevó la estatuilla a su departamento, y Morand la veía cada vez que se encontraban. Nunca se habló de que Somoza visitara alguna vez a los Morand, como tantas otras cosas que ya no se mencionaban y que en el fondo eran siempre Therése. A Somoza parecía preocuparle únicamente su idea fija, y si alguna vez invitaba a Morand a beber un coñac en su departamento no era más que para volver sobre eso. Nada muy extraordinario, después de todo Morand conocía demasiado bien los gustos de Somoza por ciertas literaturas marginales como para extrañarse de su nostalgia. Sólo lo sorprendía el fanatismo de esa esperanza a la hora de las confidencias casi automáticas y en las que él se sentía como innecesario, la repetida caricia de las manos en el cuerpecito de la estatua inexpresivamente bella, los ensalmos monótonos repitiendo hasta el cansancio las mismas fórmulas de pasaje. Vista desde Morand, la obsesión de Somoza era analizable, todo arqueólogo se identifica en algún sentido con el pasado que explora y saca a luz. De ahí a creer que la intimidad con una de esas huellas podía enajenar, alterar el tiempo y el espacio, abrir una fisura por donde acceder a... Somoza no empleaba jamás ese vocabulario; lo que decía era siempre más o menos que eso, una suerte lenguaje que aludía y conjuraba desde planos irreductibles. Ya por ese entonces había empezado a trabajar torpemente en las réplicas de la estatuilla; Morand alcanzó a ver la primera antes de que Somoza se fuera de París, y escuchó con amistosa cortesía los obstinados lugares comunes sobre la reiteración de los gestos y las situaciones como vía de abolición, la seguridad de Somoza de que su obstinado acercamiento llegaría a identificarlo con la estructura inicial, en una superposición que sería más que eso porque ya no halaría dualidad sino fusión, contacto primordial (no eran sus palabras, pero de alguna manera tenía que traducirlas Morand cuando, más tarde las reconstruía para Thérése). Contacto que, como acababa de decirle Somoza, había ocurrido cuarenta y ocho horas antes, en la noche del solsticio de junio.

- Sí - admitió Morand, encendiendo otro cigarrillo. Pero me gustaría que me explicaras por qué estás tan seguro de que... Bueno, de que has tocado fondo.

- Explicar . . ¿No lo estás viendo?

Otra vez tendía la mano a una casa del aire, a un rincón del taller, describía un arco que incluía el techo y la estatuilla posada sobre una fina columna de mármol, envuelta por el cono brillante del reflector. Morand se acordó incongruentemente de que Thérése había pasado la frontera llevando la estatuilla escondida en el perro de juguete fabricado por Marcos en un sótano de Placca.

- No podía ser que no ocurriera - dijo casi puerilmente Somoza-. A cada nueva réplica me acercaba un poco más. Las formas me iban conociendo. Quiero decir que. . . Ah, necesitaría explicarte durante días enteros... y lo absurdo es que ahí todo entra en ... Pero cuando es esto...

La mano iba y venía, acentuando el ahí, el esto.

- La verdad es que has llegado a convertirte en un escultor - dijo Morand, oyéndose hablar y encontrándose estúpido.- Las dos últimas réplicas son perfectas. Si alguna vez me dejas tener la estatua, nunca sabré si me has dado el original.

- No te la daré nunca - dijo Somoza simplemente- Y no creas que me he olvidado de que es de los dos. Pero no te la daré nunca. Lo único que hubiera querido es que Thérése y tú me siguieran, que encontraran conmigo. Sí, me hubiera gustado que estuvieran conmigo la noche en que llegué.

Era la primera vez desde hacía casi dos años que Morand le oía mencionar a Thérése como si hasta ese momento hubiera estado muerta para él, pero su manera de nombrar a Thérése era incurablemente antigua, era Grecia aquella mañana en que habían bajado a la playa. Pobre Somoza. Todavía. Pobre loco. Pero aun más extraño era preguntarse por qué a último momento, antes de subir al auto después del llamado de Somoza, había sentido como una necesidad de telefonear a Thérése a su oficina para pedirle que más tarde viniera a reunirse con ellos en el taller. Tendría que preguntárselo, saber qué había pensado Thérése mientras escuchaba sus instrucciones para llegar hasta el pabellón solitario en la colina. Que Thérése repitiera exactamente lo que le había oído decir, palabra por palabra. Morand maldijo en silencio esa manía sistemática de recomponer la vida como restauraba un vaso griego en el museo, pegando minuciosamente los ínfimos trozos, y la voz de Somoza ahí mezclada con el ir y venir de sus manos que también parecían querer pegar trozos de aire, armar un vaso transparente, sus manos que señalaban la estatuilla, obligando a Morand a mirar una vez más contra su voluntad ese blanco cuerpo lunar de insecto anterior a toda historia, trabajado en circunstancias inconcebibles por alguien inconcebiblemente remoto, a miles de años pero todavía más atrás, en una lejanía vertiginosa de grito animal, de salto, de ritos vegetales alternando con mareas y sicigias y épocas de celo y torpes ceremonias de propiciación, el rostro inexpresivo donde sólo la línea de la nariz quebraba su espejo ciego de insoportable tensión, los senos apenas definidos, el triángulo sexual y los brazos ceñidos al vientre, el ídolo de los orígenes, del primer terror bajo los ritos del tiempo sagrado, del hacha de piedra de las inmolaciones en los altares de las colinas. Era realmente para creer que también él se estaba volviendo imbécil, como si ser arqueólogo no fuera ya bastante.

- Por favor -dijo Morand-, ¿no podrías hacer un esfuerzo para explicarme aunque creas que nada de eso se puede explicar? En definitiva lo único que sé es que te has pasado estos meses tallando réplicas, y que hace dos noches...

- Es tan sencillo - dijo Somoza-. Siempre sentí que la piel estaba todavía en contacto con lo otro. Pero había que desandar cinco mil años de caminos equivocados. Curioso que ellos mismos, los descendientes de los egeos, fueran culpables de ese error. Pero nada importa ahora. Mira, es así.

Junto al ídolo, alzó una mano y la posó suavemente sobre los senos y el vientre. La otra acariciaba el cuello, subía hasta la boca ausente de la estatua, y Morand oyó hablar a Somoza con una voz sorda y opaca, un poco como si fuesen sus manos o quizá esa boca inexistente las que hablaban de la cacería en las cavernas del humo, de los ciervos acorralados, del nombre que sólo debía decirse después, de los círculos de grasa azul, del juego de los ríos dobles, de la infancia de Pohk, de la marcha hacia las gradas del oeste y los altos en las sombras nefastas. Se preguntó si llamando por teléfono en un descuido de Somoza, alcanzaría a prevenir a Thérése para que trajera al doctor Vernet. - Pero Thérése ya debía de estar en camino, y al borde de las rocas donde mugía la Múltiple, el jefe de los verdes cercenaba, el cuerno izquierdo del macho más hermoso y lo tendía al jefe de los que cuidan la sal, para renovar el pacto con Haghesa.

- Oye, déjame respirar - dijo Morand, levantándose y dando un paso adelante -. Es fabuloso, y además tengo una sed terrible. Bebamos algo, puedo ir a buscar un...

- El whisky está ahí - dijo Somoza retirando lentamente las manos de la estatua-. Yo no beberé tengo que ayunar antes del sacrificio.

- Una lástima - dijo Morand, buscando la botella - No me gusta nada beber solo. ¿Qué sacrificio?

Se sirvió whisky hasta el borde del vaso.

- El de la unión, para hablar con tus palabras. ¿No los oyes? La flauta doble, como la de la estatuilla que vimos en el museo de Atenas. El sonido de la vida a la izquierda, el de la discordia a la derecha. La discordia es también la vida para Haghesa, pero cuando se cumpla el sacrificio los flautistas cesarán de soplar en la caña de la derecha y sólo se escuchará el silbido de la vida nueva que bebe la sangre derramada. Y los flautistas se llenarán la boca de sangre y la soplarán por la caña de la izquierda, y yo untaré de sangre su cara, ves, así , y le asomarán los ojos y la boca bajo la sangre.

- Déjate de tonterías - dijo Morand, bebiendo un largo trago.- La sangre le quedará mal a nuestra muñequita de mármol. Sí, hace calor.

Somoza se había quitado la blusa con un lento gesto pausado. Cuando lo vio que se desabotonaba los pantalones, Morand se dijo que había hecho mal en permitir que se excitara, en consentirle esa explosión de su manía. Enjuto y moreno, Somoza se irguió desnudo bajo la luz del reflector y pareció, perderse en la contemplación de un punto del espacio. De la boca entreabierta le caía un hilo de saliva y Morand, dejando precipitadamente el vaso en el suelo, calculó que para llegar a la puerta tendría que engañarlo de alguna manera. Nunca supo de dónde había salido el hacha de piedra que se balanceaba en la mano de Somoza. Comprendió.

- Era previsible – dijo, retrocediendo lentamente.- El pacto con Haghesa, ¿eh? La sangre va a donaría el pobre Morand, ¿no es cierto?

Sin mirarlo, Somoza empezó a moverse hacia él describiendo un arco de círculo, como si cumpliera un derrotero prefijado.

- Si realmente me quieres matar - le gritó Morand retrocediendo hacia la zona en penumbra- ¿a que viene esta mise-en-scène? Los dos sabemos muy bien que es por Thérése. ¿ Pero de qué te va a servir si no te ha querido ni te querrá nunca?

El cuerpo desnudo salía ya del círculo iluminado por el reflector. Refugiado en la sombra del rincón, Morand pisó los trapos húmedos del suelo y supo que ya no podía ir más atrás. Vio levantarse el hacha y saltó como le había enseñado Nagashi en el gimnasio de la Place des Ternes. Somoza recibió el puntapié en mitad del muslo y el golpe nishi en el lado izquierdo del cuello. El hacha bajó en diagonal, demasiado lejos, y Morand repelió elásticamente el torso que se volcaba sobre él y atrapó la muñeca indefensa. Somoza era todavía un grito ahogado y atónito cuando el filo del hacha le cayó en mitad de la frente.

Antes de volver a mirarlo, Morand vomitó en el rincón del taller, sobre los trapos sucios. Se sentía como hueco, y vomitar le hizo bien. Levantó el vaso del suelo y bebió lo que quedaba de whisky, pensando que Thérése llegaría de un momento a otro y que habría que hacer algo, avisar a la policía, explicarse. Mientras arrastraba por un pie el cuerpo de Somoza hasta exponerlo de lleno a la luz del reflector, pensó que no le sería difícil demostrar que había obrado en legítima defensa. Las excentricidades de Somoza, su alejamiento del mundo, la evidente locura. Agachándose, mojó las manos en la sangre que corría por la cara y el pelo del muerto, mirando al mismo tiempo su reloj pulsera que marcaba las siete y cuarenta. Thérése no podía tardar, lo mejor sería salir, esperarla en el jardín o en la calle, evitarle el espectáculo del ídolo con la cara chorreante de sangre, los hilillos rojos que resbalaban por el cuello, contorneaban los senos, se juntaban en el fino triángulo del sexo, caían por los muslos. El hacha estaba profundamente hundida en la cabeza del sacrificado, y Morand la tomó sopesándola entre las manos pegajosas. Empujó un poco más el cadáver con un pie hasta dejarlo contra la columna, husmeó el aire y se acercó a la puerta. Lo mejor sería abrirla para que pudiera entrar Thérése. Apoyando el hacha junto a la puerta empezó a quitarse la ropa porque hacía calor y olía a espeso, a multitud encerrada. Ya estaba desnudo cuando oyó el ruido del taxi y la voz de Thérése dominando el sonido de las flautas; apagó la luz y con el hacha en la mano esperó detrás de la puerta, lamiendo el filo del hacha y pensando que Thérése era la puntualidad en persona.

CIRCE, CORTAZAR....VERDADERA HECHICERA....





And one kiss I had of her mouth, as I took the apple from her hand. But while I bit it, my brain whirled and my foot stumbled; and I felt my crashing fall through the tangled boughs beneath her feet, and saw the dead white faces that welcomed me in the pit.

Dante Gabriel Rossetti
The Orchard-Pit


Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le dolió la coincidencia de los chismes entrecortados, la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé la incrédula desazón en el gesto de su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar despacio la cabeza, rumiando las palabras con delicia de bolo vegetal. Y también la chica de la farmacia -“no porque yo lo crea, pero si fuese verdad, ¡qué horrible!”- y hasta don Emilio, siempre discreto como sus lápices y sus libretas de hule. Todos hablaban de Delia Mañara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser así, pero en Mario se abría paso a puerta limpia un aire de rabia subiéndole a la cara. Odió de improviso a su familia con un ineficaz estallido de independencia. No los había querido nunca, sólo la sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue directo y brutal; a don Emilio lo puteó de arriba abajo la primera vez que se repitieron los comentarios. A la de la casa de altos le negó el saludo como si eso pudiera afligirla. Y cuando volvía del trabajo entraba ostensiblemente para saludar a los Mañara y acercarse -a veces con caramelos o un libro- a la muchacha que había matado a sus dos novios.

Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía doce años, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de vuelo libre. Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste: "La odian porque no es chusma como ustedes, como yo mismo", y ni parpadeó cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara con una toalla. Después de eso fue la ruptura manifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salía, a veces la escuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.

Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial. Los Mañara se mudaron a cuatro cuadras y eso hace mucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a Delia, las familias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario siguió viéndola dos veces por semana cuando volvía del banco. Era ya verano y Delia quería salir a veces, iban juntos a las confiterías de Rivadavia o a sentarse en Plaza Once. Mario cumplió diecinueve años, Delia vio llegar sin fiestas -todavía estaba de negro- los veintidós.

Los Mañara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido un dolor sólo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponía el sombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario y los Mañara, se dejaba pasear y comprar cosas, volver con la última luz y recibir los domingos por la tarde. A veces salía sola hasta el antiguo barrio, donde Héctor la había festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y cerró con ostensible desprecio las persianas. Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario notó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas venían a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que Héctor. Pero Héctor se tiró en Puerto Nuevo, un domingo de madrugada. Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de Rolo Médicis no había interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre. Para colmo fractura del cráneo, porque Rolo cayó de una pieza al salir del zaguán de los Mañara, y aunque ya estaba muerto, el golpe brutal contra el escalón fue otro feo detalle. Delia se había quedado adentro, raro que no se despidieran en la misma puerta, pero de todos modos estaba cerca de él y fue la primera en gritar. En cambio Héctor murió solo, en una noche de helada blanca, a las cinco horas de haber salido de casa de Delia como todos los sábados.

Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacía linda pareja con Delia. Aunque ella estaba todavía con el luto por Héctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el capricho), aceptaba la compañía de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese entonces Mario se había sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre una "visita", y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio. Cuando la tomaba del brazo para cruzar la calle, o al subir la escalera de la estación Medrano, miraba a veces su mano apretada contra la seda negra del vestido de Delia. Medía ese blanco sobre negro, esa distancia. Pero Delia se acercaría cuando volviera al gris, a los claros sombreros para el domingo de mañana.

Ahora que los chismes no eran un artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en que anexaban episodios indiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en Buenos Aires de ataques cardíacos o asfixia por inmersión. Muchos conejos languidecen y mueren en las casas, en los patios. Muchos perros rehúyen o aceptan las caricias. Las pocas líneas que Héctor dejó a su madre, los sollozos que la de la casa de altos dijo haber oído en el zaguán de los Mañara la noche en que murió Rolo (pero antes del golpe), el rostro de Delia los primeros días... La gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y cómo de tantos nudos agregándose nace al final el trozo de tapiz -Mario vería a veces el tapiz, con asco, con terror, cuando el insomnio entraba en su piecita para ganarle la noche.

“Perdóname mi muerte, es imposible que entiendas, pero perdóname, mamá.” Un papelito arrancado al borde de Crítica, apretado con una piedra al lado del saco que quedó como un mojón para el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche había sido tan feliz, claro que lo habían visto raro las últimas semanas; no raro, mejor distraído, mirando el aire como si viera cosas. Igual que si tratara de escribir algo en el aire, descifrar un enigma. Todos los muchachos del café Rubí estaban de acuerdo. Mientras que Rolo no, le falló el corazón de golpe, Rolo era un muchacho solo y tranquilo, con plata y un Chevrolet doble faetón, de manera que pocos lo habían confrontado en ese tiempo final. En los zaguanes las cosas resuenan tanto, la de la casa de altos sostuvo días y días que el llanto de Rolo había sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quieren ahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi enseguida el golpe atroz de la cabeza contra el escalón, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya inútil.

Sin darse cuenta, Mario juntaba pedazos de episodios, se descubría urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca preguntó a Delia, esperaba vagamente algo de ella. A veces pensaba si Delia sabría exactamente lo que se murmuraba. Hasta los Mañara eran raros, con su manera de aludir a Rolo y a Héctor sin violencia, como si estuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e incondicional. Cuando Mario se agregó, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con una sombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, más palpable y solícita de sábado a lunes. Delia recobraba ahora una menuda vivacidad episódica, un día tocó el piano, otra vez jugó al ludo; era más dulce con Mario, lo hacía sentarse cerca de la ventana de la sala y le explicaba proyectos de costura o de bordado. Nunca le decía nada de los postres o los bombones, a Mario le extrañaba, pero lo atribuía a delicadeza, a miedo de aburrirlo. Los Mañara alababan los licores de Delia; una noche quisieron servirle una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores para mujeres y que había volcado casi todas las botellas. "A Héctor...", empezó plañidera su madre, y no dijo más por no apenar a Mario. Después se dieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la evocación de los novios. No volvieron a hablar de licores hasta que Delia recobró la animación y quiso probar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque acababan de ascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los Mañara picoteaban pacientemente la galena del aparatito con teléfonos, y lo hicieron quedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga. Luego él les dijo lo del ascenso, y que le traía bombones a Delia.

-Hiciste mal en comprar eso, pero andá, lleváselos, está en la sala. -Y lo miraron salir y se miraron hasta que Mañara se sacó los teléfonos como si se quitara una corona de laurel, y la señora suspiró desviando los ojos. De pronto los dos parecían desdichados, perdidos. Con un gesto turbio Mañara levantó la palanquita de la galena.

Delia se quedó mirando la caja y no hizo mucho caso de los bombones, pero cuando estaba comiendo el segundo, de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que sabía hacer bombones. Parecía excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empezó a describir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los baños de chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con una aguja perforó uno de los que le traía Mario para mostrarle cómo se los manipulaba; Mario veía sus dedos demasiado blancos contra el bombón, mirándola explicar le parecía un cirujano pausando un delicado tiempo quirúrgico. El bombón como una menuda laucha entre los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sintió un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia. “Tire ese bombón”, hubiera querido decirle. “Tírelo lejos, no vaya a llevárselo a la boca, porque está vivo, es un ratón vivo.” Después le volvió la alegría del ascenso, oyó a Delia repetir la receta del licor de té, del licor de rosa... Hundió los dedos en la caja y comió dos, tres bombones seguidos. Delia se sonreía como burlándose. Él se imaginaba cosas, y fue temerosamente feliz. “El tercer novio”, pensó raramente. “Decirle así: su tercer novio, pero vivo.”

Ahora ya es más difícil hablar de esto, está mezclado con otras historias que uno agrega a base de olvidos menores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los recuerdos; parece que él iba más seguido a lo de Mañara, la vuelta a la vida de Delia lo ceñía a sus gustos y a sus caprichos, hasta los Mañara le pidieron con algún recelo que alentara a Delia, y él compraba las sustancias para los licores, los filtros y embudos que ella recibía con una grave satisfacción en la que Mario sospechaba un poco de amor, por lo menos algún olvido de los muertos.

Los domingos se quedaba de sobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradecía sin sonreír, pero dándole lo mejor del postre y el café muy caliente. Por fin habían cesado los chismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Quién sabe si los bofetones al más chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a Madre Celeste entraban en eso; Mario llegó a creer que habían recapacitado, que absolvían a Delia y hasta la consideraban de nuevo. Nunca habló de su casa en lo de Mañara, ni mencionó a su amiga en las sobremesas del domingo. Empezaba a creer posible esa doble vida a cuatro cuadras una de otra; la esquina de Rivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta tuvo esperanza de que el futuro acercara las casas, las gentes, sordo al paso incomprensible que sentía -a veces, a solas- como íntimamente ajeno y oscuro.

Otras gentes no iban a ver a los Mañara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o de amigos. Mario no tenía necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos sabían que era él. En diciembre, con un calor húmedo y dulce, Delia logró el licor de naranja concentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Mañara no quisieron probarlo, seguros de que les haría mal. Delia no se ofendió, pero estaba como transfigurada mientras Mario sorbía apreciativo el dedalito violáceo lleno de luz naranja, de olor quemante. "Me va a hacer morir de calor, pero está delicioso", dijo una o dos veces. Delia, que hablaba poco cuando estaba contenta, observó: "Lo hice para vos". Los Mañara la miraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince días de trabajo.

A Rolo le habían gustado los licores de Delia, Mario lo supo por unas palabras de Mañara dichas al pasar cuando Delia no estaba: “Ella le hizo muchas bebidas. Pero Rolo tenía miedo por el corazón. El alcohol es malo para el corazón.” Tener un novio tan delicado, Mario comprendía ahora la liberación que asomaba en los gestos, en la manera de tocar el piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Mañara qué le gustaba a Héctor, si también Delia le hacía licores o postres a Héctor. Pensó en los bombones que Delia volvía a ensayar y que se alineaban para secarse en una repisa de la antecocina. Algo le decía a Mario que Delia iba a conseguir cosas maravillosas con los bombones. Después de pedir muchas veces, obtuvo que ella le hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra blanca y liviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, con un asomo de menta y nuez moscada mezclándose raramente-, Delia tenía los ojos bajos y el aire modesto. Se negó a aceptar los elogios, no era más que un ensayo y aún estaba lejos de lo que se proponía. Pero a la visita siguiente -también de noche, ya en la sombra de la despedida junto al piano- le permitió probar otro ensayo. Había que cerrar los ojos para adivinar el sabor, y Mario obediente cerró los ojos y adivinó un sabor a mandarina, levísimo, viniendo desde lo más hondo del chocolate. Sus dientes desmenuzaban trocitos crocantes, no alcanzó a sentir su sabor y era sólo la sensación agradable de encontrar un apoyo entre esa pulpa dulce y esquiva.

Delia estaba contenta del resultado, dijo a Mario que su descripción del sabor se acercaba a lo que había esperado. Todavía faltaban ensayos, había cosas sutiles por equilibrar. Los Mañara le dijeron a Mario que Delia no había vuelto a sentarse al piano, que se pasaba las horas preparando los licores, los bombones. No lo decían con reproche, pero tampoco estaban contentos; Mario adivinó que los gastos de Delia los afligían. Entonces pidió a Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias. Ella hizo algo que nunca antes, le pasó los brazos por el cuello y lo besó en la mejilla. Su boca olía despacito a menta. Mario cerró los ojos llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde debajo de los párpados. Y el beso volvió, más duro y quejándose.

No supo si le había devuelto el beso, tal vez se quedó quieto y pasivo, catador de Delia en la penumbra de la sala. Ella tocó el piano, como casi nunca ahora, y le pidió que volviera al otro día. Nunca habían hablado con esa voz, nunca se habían callado así. Los Mañara sospecharon algo, porque vinieron agitando los periódicos y con noticias de un aviador perdido en el Atlántico. Eran días en que muchos aviadores se quedaban a mitad del Atlántico. Alguien encendió la luz y Delia se apartó enojada del piano, a Mario le pareció un instante que su gesto ante la luz tenía algo de la fuga enceguecida del ciempiés, una loca carrera por las paredes. Abría y cerraba las manos, en el vano de la puerta, y después volvió como avergonzada, mirando de reojo a los Mañara; los miraba de reojo y se sonreía.

Sin sorpresa, casi como una confirmación, midió Mario esa noche la fragilidad de la paz de Delia, el peso persistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase; Héctor era ya el desborde, el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manías delicadas, la manipulación de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras, la cercanía de las mariposas y los gatos, el aura de su respiración a medias en la muerte. Se prometió una caridad sin límites, una cura de años en habitaciones claras y parques alejados del recuerdo; tal vez sin casarse con Delia, simplemente prolongando este amor tranquilo hasta que ella no viese más una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir.

Creyó que los Mañara iban a alegrarse cuando él empezara a traerle los extractos a Delia; en cambio se enfurruñaron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminaban transando y yéndose, sobre todo cuando venía la hora de las pruebas, siempre en la sala y casi de noche, y había que cerrar los ojos y definir -con cuántas vacilaciones a veces por la sutilidad de la materia- el sabor de un trocito de pulpa nueva, pequeño milagro en el plato de alpaca.

A cambio de esas atenciones, Mario obtenía de Delia una promesa de ir juntos al cine o pasear por Palermo. En los Mañara advertía gratitud y complicidad cada vez que venía a buscarla el sábado de tarde o la mañana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos en la casa para oír radio o jugar a las cartas. Pero también sospechó una repugnancia de Delia a irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque no estaba triste junto a Mario, las pocas veces que salieron con los Mañara se alegró más, entonces se divertía de veras en la Exposición Rural, quería pastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con fijeza, estudiándolos hasta cansarse. El aire puro le hacía bien, Mario le vio una tez más clara y un andar decidido. Lástima esa vuelta vespertina al laboratorio, el ensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora los bombones la absorbían al punto de dejar los licores; ahora pocas veces daba a probar sus hallazgos. A los Mañara nunca; Mario sospechaba sin razones que los Mañara hubieran rehusado probar sabores nuevos; preferían los caramelos comunes y si Delia dejaba una caja sobre la mesa, sin invitarlos pero como invitándolos, ellos escogían las formas simples, las de antes, y hasta cortaban los bombones para examinar el relleno. A Mario lo divertía el sordo descontento de Delia junto al piano, su aire falsamente distraído. Guardaba para él las novedades, a último momento venía de la cocina con el platito de alpaca; una vez se hizo tarde tocando el piano y Delia dejó que la acompañara hasta la cocina para buscar unos bombones nuevos. Cuando encendió la luz, Mario vio el gato dormido en su rincón y las cucarachas que huían por las baldosas. Se acordó de la cocina de su casa, Madre Celeste desparramando polvo amarillo en los zócalos. Aquella noche los bombones tenían gusto a moka y un dejo raramente salado (en lo más lejano del sabor), como si al final del gusto se escondiera una lágrima; era idiota pensar en eso, en el resto de las lágrimas caídas la noche de Rolo en el zaguán.

-El pez de color está tan triste -dijo Delia, mostrándole el bocal con piedritas y falsas vegetaciones. Un pececillo rosa translúcido dormitaba con un acompasado movimiento de la boca. Su ojo frío miraba a Mario como una perla viva. Mario pensó en el ojo salado como una lágrima que resbalaría entre los dientes al mascarlo.

-Hay que renovarle más seguido el agua -propuso.

-Es inútil, está viejo y enfermo. Mañana se va a morir.

A él le sonó el anuncio como un retorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los primeros tiempos. Todavía tan cerca de aquello, del peldaño y el muelle, con fotos de Héctor apareciendo de golpe entre los pares de medias o las enaguas de verano. Y una flor seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero.

Antes de irse le pidió que se casara con él en el otoño. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca habían hablado de eso. Delia parecía querer habituarse y pensar antes de contestarle. Después lo miró brillantemente, irguiéndose de golpe. Estaba hermosa, le temblaba un poco la boca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un ademán casi mágico.

-Entonces sos mi novio -dijo-. Qué distinto me parecés, qué cambiado.

Madre Celeste oyó sin hablar la noticia, puso a un lado la plancha y en todo el día no se movió de su cuarto, adonde entraban de a uno los hermanos para salir con caras largas y vasitos de Hesperidina. Mario se fue a ver fútbol y por la noche llevó rosas a Delia. Los Mañara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo que destapar una botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era íntimo y a la vez más lejano. Perdían la simplicidad de amigos para mirarse con los ojos del pariente, del que lo sabe todo desde la primera infancia. Mario besó a Delia, besó a mamá Mañara y al abrazar fuerte a su futuro suegro hubiera querido decirle que confiaran en él, nuevo soporte del hogar, pero no le venían las palabras. Se notaba que también los Mañara hubieran querido decirle algo y no se animaban. Agitando los periódicos volvieron a su cuarto y Mario se quedó con Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio.

Una o dos veces, durante esas semanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a papá Mañara fuera de la casa para hablarle de los anónimos. Después lo creyó inútilmente cruel porque nada podía hacerse contra esos miserables que lo hostigaban. El peor vino un sábado a mediodía en un sobre azul, Mario se quedó mirando la fotografía de Héctor en Última Hora y los párrafos subrayados con tinta azul. "Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo al suicidio, según declaraciones de los familiares". Pensó raramente que los familiares de Héctor no habían aparecido más por lo de Mañara. Quizá fueron alguna vez en los primeros días. Se acordaba ahora del pez de color, los Mañara habían dicho que era regalo de la madre de Héctor. Pez de color muerto el día anunciado por Delia. Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo. Quemó el sobre, el recorte, hizo un recuento de sospechosos y se propuso franquearse con Delia, salvarla en sí mismo de los hilos de baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A los cinco días (no había hablado con Delia ni con los Mañara), vino el segundo. En la cartulina celeste había primero una estrellita (no se sabía por qué) y después: "Yo que usted tendría cuidado con el escalón de la cancel". Del sobre salió un perfume vago a jabón de almendra. Mario pensó si la de la casa de altos usaría jabón de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar la cómoda de Madre Celeste y de su hermana. También quemó este anónimo, tampoco le dijo nada a Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres del veintitantos, ahora iba después de cenar a lo de Delia y hablaban paseándose por el jardincito de atrás o dando vuelta a la manzana. Con el calor comían menos bombones, no que Delia renunciara a sus ensayos, pero traía pocas muestras a la sala, prefería guardarlos en cajas antiguas, protegidos en moldecitos, con un fino césped de papel verde claro por encima. Mario la notó inquieta, como alerta. A veces miraba hacia atrás en las esquinas, y la noche que hizo un gesto de rechazo al llegar al buzón de Medrano y Rivadavia, Mario comprendió que también a ella la estaban torturando desde lejos; que compartían sin decirlo un mismo hostigamiento.

Se encontró con papá Mañara en el Munich de Cangallo y Pueyrredón, lo colmó de cerveza y papas fritas sin arrancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara de la cita. Mario le dijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habló de los anónimos, la nerviosidad de Delia, el buzón de Medrano y Rivadavia.

-Ya sé que apenas nos casemos se acabarán estas infamias. Pero necesito que ustedes me ayuden, que la protejan. Una cosa así puede hacerle daño. Es tan delicada, tan sensible.

-Vos querés decir que se puede volver loca, ¿no es cierto?

-Bueno, no es eso. Pero si recibe anónimos como yo y se los calla, y eso se va juntando...

-Vos no la conocés a Delia. Los anónimos se los pasa... quiero decir que no le hacen mella. Es más dura de lo que te pensás.

-Pero mire que está como sobresaltada, que algo la trabaja -atinó a decir indefenso Mario.

-No es por eso, sabés. -Bebía su cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual, yo la conozco bien.

-¿Antes de qué?

-Antes de que se le murieran, zonzo. Pagá que estoy apurado.

Quiso protestar, pero papá Mañara estaba ya andando hacia la puerta. Le hizo un gesto vago de despedida y se fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se animó a seguirlo, ni siquiera pensar mucho lo que acababa de oír. Ahora estaba otra vez solo como al principio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Mañara. Hasta los Mañara.

Delia sospechaba algo porque lo recibió distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez los Mañara habían hablado del encuentro en el Munich. Mario esperó que tocara el tema para ayudarla a salir de ese silencio, pero ella prefería Rose Marie y un poco de Schumann, los tangos de Pacho con un compás cortado y entrador, hasta que los Mañara llegaron con galletitas y málaga y encendieron todas las luces. Se habló de Pola Negri, de un crimen en Liniers, del eclipse parcial y la descompostura del gato. Delia creía que el gato estaba empachado de pelos y apoyaba un tratamiento de aceite de castor. Los Mañara le daban la razón sin opinar, pero no parecían convencidos. Se acordaron de un veterinario amigo, de unas hojas amargas. Optaban por dejarlo solo en el jardincito, que él mismo eligiera los pastos curativos. Pero Delia dijo que el gato se moriría; tal vez el aceite le prolongara la vida un poco más. Oyeron a un diariero en la esquina y los Mañara corrieron juntos a comprar Última Hora. A una muda consulta de Delia fue Mario a apagar las luces de la sala. Quedó la lámpara en la mesa del rincón, manchando de amarillo viejo la carpeta de bordados futuristas. En torno del piano había una luz velada.

Mario preguntó por la ropa de Delia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que mayo para el casamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los anónimos, un resto de miedo a equivocarse lo detenía cada vez. Delia estaba junto a él en el sofá verde oscuro, su ropa celeste la recortaba débilmente en la penumbra. Una vez que quiso besarla, la sintió contraerse poco a poco.

-Mamá va a volver a despedirse. Esperá que se vayan a la cama...

Afuera se oía a los Mañara, el crujir del diario, su diálogo continuo. No tenían sueño esa noche, las once y media y seguían charlando. Delia volvió al piano, como obstinándose tocaba largos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escalas y adornos un poco cursis, pero que a Mario le encantaban, y siguió en el piano hasta que los Mañara vinieron a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato, ahora que él era de la familia tenía que velar más que nunca por Delia y cuidar que no trasnochara. Cuando se fueron, como a disgusto, pero rendidos de sueño, el calor entraba a bocanadas por la puerta del zaguán y la ventana de la sala. Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina, aunque Delia quería servírselo y se molestó un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia en la ventana, mirando la calle vacía por donde antes en noches iguales se iban Rolo y Héctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato de alpaca que Delia guardaba en la mano como otra pequeña luna. No había querido pedirle a Mario que probara delante de los Mañara, él tenía que comprender cómo la cansaban los reproches de los Mañara, siempre encontraban que era abusar de la bondad de Mario pedirle que probara los nuevos bombones -claro que si no tenía ganas, pero nadie le merecía más confianza, los Mañara eran incapaces de apreciar un sabor distinto. Le ofrecía el bombón como suplicando, pero Mario comprendió el deseo que poblaba su voz, ahora lo abarcaba con una claridad que no venía de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre el piano (no había bebido en la cocina) y sostuvo con dos dedos el bombón, con Delia a su lado esperando el veredicto, anhelosa la respiración, como si todo dependiera de eso, sin hablar pero urgiéndolo con el gesto, los ojos crecidos -o era la sombra de la sala-, oscilando apenas el cuerpo al jadear, porque ahora era casi un jadeo cuando Mario acercó el bombón a la boca, iba a morder, bajaba la mano y Delia gemía como si en medio de un placer infinito se sintiera de pronto frustrada. Con la mano libre apretó apenas los flancos del bombón, pero no lo miraba, tenía los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrot repugnante en la penumbra. Los dedos se separaban, dividiendo el bombón. La luna cayó de plano en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento coriáceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán, los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado.

Cuando le tiró los pedazos a la cara, Delia se tapó los ojos y empezó a sollozar, jadeando en un hipo que la ahogaba, cada vez más agudo el llanto, como la noche de Rolo; entonces los dedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horror que le subía del pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradas por retorcimientos, pero él quería solamente que se callara y apretaba para que solamente se callara; la de la casa de altos estaría ya escuchando con miedo y delicia, de modo que había que callarla a toda costa. A su espalda, desde la cocina donde había encontrado al gato con las astillas clavadas en los ojos, todavía arrastrándose para morir dentro de la casa, oía la respiración de los Mañara levantados, escondiéndose en el comedor para espiarlos, estaba seguro de que los Mañara habían oído y estaban ahí contra la puerta, en la sombra del comedor, oyendo cómo él hacía callar a Delia. Aflojó el apretón y la dejó resbalar hasta el sofá, convulsa y negra, pero viva. Oía jadear a los Mañara, le dieron lástima por tantas cosas, por Delia misma, por dejársela otra vez y viva. Igual que Héctor y Rolo, se iba y se las dejaba. Tuvo mucha lástima de los Mañara, que habían estado ahí agazapados y esperando que él -por fin alguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera cesar por fin el llanto de Delia.

DESFENETRACIONES DE LOS TREINTA Y UNO




ONOMÁSTICO N° 31. CRÓNICA DE UNA NUEVA ¿ETAPA?


TE VESTÍS DE ROJO PARA ARRANCARTE LA ROPA VERDE QUE TE CONVIERTE AÚN EN UNA ADOLESCENTE…LA MISMA QUE UN DÍA FUISTE LLAMADA “RANA” POR TUS OJOS SALTONES. ABANDONAS LA VIEJA ROPA DE CHICA TREINTA PARA SER PARTE DE LOS DE “TREINTA Y PICO”. TE VESTÍS DIVINA, PORQUE JUSTAMENTE TU ÁNIMO ES TAL. HACE UN AÑO, ESTABAS EN PALERMO, SERRANO (BRUJAS Y TUS AMIGAS CON TU MALDITO EX) HOY ESTÁS EN PALERMO QUEENS CON TU GENTE DE VERDAD, CON LOS SOLDADOS DE PERÓN (QUE EN BUENAS Y MALAS TE BANCARON SIEMPRE). CON LOS QUE NO PENSABAS QUE PODRÍAS CONTAR, CON QUIZÁS PRESENCIAS QUE TE SORPRENDIERON AL APARECER: BASILE, SIEMPRE DISPUESTA A AJUSTICIAR….SILVINA (FIEL COMO POCAS) LA CLAUDIA QUIEN DECIDIÓ ENTERRAR MUERTOS (I SEE DEAD PEOPLE). LLEGADA DEL GRUPETE DE LAS “PORNOGAS” CON ROBO DE VALES INCLUIDOS, TARIMAS Y DE REPENTE BONDI….JUGUÓ EL PARTIDO MÁS LARGO DE SU EXISTENCIA Y SE PUSO TRISTE CUANDO QUIEN ERA FIEL, LE DERRAPÓ SU AUSENCIA. PORQUE DE ALGUNA MANERA, HABÍA CONTADO CON ÉL, INCREÍBLEMENTE…SERÁ PÓRQUE ES OTRO SOLDADITO DE PERÓN…PERO ESTA VEZ FALLÓ. LO BUENO ES QUE SEA SINCERO Y PIDA PERDÓN….(SABE QUE LO TOCA REDIMIRSE EL SÁBADO EN LA FIESTA DE ENTREGA DE TÍTULO, MI QUERIDO COLABORADOR)…Y AHÍ ES LA REDENCIÓN APOTEÓTICA O LA MUERTE MÁS CAÍDA…


DESPEDIDA DE SOLTERA DE LA GISE+ CUMPLE DE PAULA+CUMPLE DE LA REINA DE CORAZÓNES, INSTANTE DE MEDITACIÓN EN EL PARQUE. INSTANTE DE PENSAMIENTO Y DE ANAGNÓRISIS (NI VALE LA PENA QUE VENGA ALGUIEN A MI ENTREGA DE DIPLOMAS, PORQUE ES SAGRADO, PORQUE ES IMPORTANTE….PERO POR SOBRE TODAS LAS COSAS, SINO PODÉS HACERTE UN ANÁLISIS, NO PODÉS MOVERTE DE LA CAMA INFESTADA CON OLORES, Y NO PODÉS MOVILIZARTE PARA GENERAR GUITA Y HACER ALGO CON TU VIDA GRIS…SEGUÍ EN LA TUYA, NO MERECÉS ESA INVITACIÓN QUE ERA PARA ALGUIEN QUE NO ESTÁ…QUE LOCO…UN PADRE….)

NO PODÉS ANALIZAR LA AUSENCIA QUE NUNCA FUE PRESENCIA. NO PODÉS ANALIZAR LO QUE NO ES, NO EXISTE Y NUNCA EXISTIÓ (PORQUE LA EXISTENCIA SE BASA EN PONER LA TARASCA Y LISTO….) LA ESENCIA ES LA MISMA, Y LA PELOTUDEZ, CON HIJA DE PUTEZ SE PAGA…. ASISTÍ COMO TESTIGO A TU VELORIO… QUE CONSCIENTEMENTE ELEGISTE HACER PARTÍCIPE A MI GENTE, A MIS AMIGOS PARA CAGARTE EN TODO. EVIDENTEMENTE QUISISTE TESTIGOS PARA CAGARTE DE LA RISA…Y PARA QUE RELLENEMOS LA EMPANADA DE HUMITA (QUE CAE MAL Y ENOGRDA) EN TU PATETISMO DE CARECER DE AMIGOS Y DE CÓDIGOS. VOLVÍ A DAR UNA OPORTUNIDAD, OFRECER LA OTRA MEJILLA PARA REENCONTRARME CON UN IMBÉCIL QUE NO CABE OTRA PARA SER HUMILLADO Y DESFENESTRADO. UN INFELIZ QUE UN DÍA QUIERE SER OTRO DÍA DANDY, Y OTRO DÍA, UN SAPO REVENTADO…¿QUÉ SE VA A HACER? NACISTE JODIDO, MORIRÁS JODIDO…

PIENSO EN EL OTRO MOMENTO EN QUE JUSTAMENTE, ME DECIDO A CORTAR LAZOS NEGATIVOS. MANDO MAIL A JUAN MANUEL, Y ENVÍO CBU…NO QUIERO SABER MÁS NADA CON EL….Y MENOS CON SU ROSTRO. LO MISMO ME OCURRE CON EL OTRO INDIVIDUO Y CON TODOS AQUELLOS QUE LO ÚNICO QUE SIRVEN ES PARA TENER UN RATO DE BUENA ONDA SIEMPRE QUE HAYA ALGO A CAMBIO. AJKO. EN ESTE MOMENTO SIENTO ASCO PURO.

MIEDO A LO NUEVO. YA NO CONFÍO EN NADIE. ME PREOCUPA ESO. ME HE VUELTO DESCREÍDA DE TODO LO QUE INVOLUCRE “SENTIR”. SI SOS HIJA DE PUTA, LAS COSAS TE SALEN BIEN, SÉ BUENA Y SERÁS TOMADA CUAL BOLUDA. LO SIENTO PERO ELIMINO TANTAS COSAS…QUE MIENTRAS LAS ELIMINO NO PUEDO PARAR DE LLORAR. ME QUEDA LA CPU VACÍA. SOLO QUEDAN LAS FOTOS DE MI PAPÁ Y LAS DE MI AMIGA. QUEDAN CONTACTOS. PERO YA NO SON AMIGOS. LA AMISTAD DE VERDAD, ES LA QUE NO FALLA, NO LA QUE ESTABLECE TRASPIE TRAS OTRO PARA CAGARSE EN LA GENTE. ESO ME SIENTO YO EN ESTE INSTANTE. LA VERDAD, UNA MINA CON TANTO ASCO QUE SIENTO QUE PODRÁS TENER KM DE CONCHA Y SER EL MONUMENTO A LA PROMISCUIDAD…PERO LO QUE TENÉS, NI VAS A TENER NUNCA, ES SENTIDO COMÚN…PORQUE LO QUE APRENDISTE EN LA VIDA ES A JODER AL OTRO.

PIENSO Y RE PIENSO Y DIGO…EN EL OUTLET, CONOCÉS GENTE DEL OUTLET. MOVETE HACIA ARRIBA, Y NO TE QUEDÁS CON LAS PATAS EN EL BARRO….CREÍ POR UN INSTANTE QUE ALGUIEN PODRÍA CUMPLIR UNA VEZ UNA PUTA PROMESA. CREÍ NUEVAMENTE EN ALGUIEN QUE NO TIENE ESTRUCTURA Y LO QUE SIENTO ES LA DECEPCIÓN MÁS PURA DE ALGUIEN QUE NO VALE NADA…QUE LO ÚNICO QUE PUEDE DAR MÁS ALLÁ DE SI MISMO ES UN REJUNTE DE PORRO… ME PONGO A PENSAR EN QUE EL MOTOR DE LA VIDA ES LA BÚSQUEDA DE LO NUEVO. SEA LO QUE SEA QUE HAYA QUE SACRIFICAR.

ESTIMADO AMIGO, NO SÓLO TE CAGASTE EN TU CUMPLEAÑOS EN MÍ, CAGÁNDOTE DE RISA EN MI CARA, HACIENDO UN ESPECTÁCULO PERSONALIZADO ANTE MIS AMIGOS, QUIENES TE ABRIERON LAS PUERTAS DE SU CASA, EN CALIDAD DE AMIGO, PORQUE LA GENTE ES BUENA ONDA…TE CAGASTE EN UNA PERSONA A LA QUE RECURRISTE CON LAS BOLSITAS LLENAS DE LÁGRIMAS, Y QUE CUANDO PEDISTE AYUDA, CORRIENDO TE DI LO QUE NECESITABAS…”LA INCONDICIONALIDAD QUE SIEMPRE TUVO UN PRECIO PARA VOS”. LA INCONDICIONALIDAD QUE ES CONVERTIR AL OTRO EN UN CÓMPLICE DE LA MIERDA QUE SOS COMO SER, COMO PERSONA, COMO AMIGO, Y COMO TODO AQUELLO QUE TOCA Y CONTAMINA AL OTRO. NO ESTOY DECEPCIONADA POR MI CUMPLEAÑOS, NI PORQUE DE REPENTE TENGAS ELECCIONES DIRIGIDAS POR TU PEQUEÑO PENE, SINO QUE SIENTO QUE TE AMPARASTE EN EL DISCURSO “BARATO” DE LA AMISTAD, PORQUE ABARATÁS COSTO, PARA NO PAGAR UNA CENA CON ALGUIEN QUE TE IMPORTE DE VERDAD, Y TE CAGAAAAASTE EN TODO, NO SOLO EN LA GENTE. NO SOLO EN LAS PERSONAS SINO EN LO QUE SENTÍAN.

SI TU MIEDO ERA ESTAR SOLO. QUEDATE TRANQUILITO, QUE SOLO NO LO PASÁS NI LO PASARÁS NUNCA…SINO QUE TE VAS A QUEDAR SOLO PORQUE LA GENTE, YA O CONFÍA EN VOS. PORQUE CARECÉS DE COHERENCIA, PORQUE NO TENÉS UN LUGAR EN TU PROPIO EJE…Y PORQUE ENCIMA DE TODO…SOS UN NENE CHIQUITO….

BUENA VIBRA…Y NECESITABA DESTILAR LA MIERDA ANTES QUE VERTE ESA CARA.

domingo, 28 de noviembre de 2010

MATANZA....





te nombraré veces y veces.
me acostaré con vos noche y día.
noches y días con vos.
me ensuciaré cogiendo con tu sombra.
te mostraré mi rabioso corazón.
te pisaré loco de furia.
te mataré los pedacitos.
te mataré uno con paco.
otro lo mato con rodolfo.
con haroldo te mato un pedacito más.
te mataré con mi hijo en la mano.
voy a venir con diana y te mataré.
voy a venir con jote y te mataré.
te voy a matar, derrota.
nunca me faltará un rostro amado para
matarte otra vez.
vivo o muerto/un rostro amado.
hasta que mueras
dolida como estás/ya lo sé.
te voy a matar/yo
te voy a matar.

Juan Gelman

jueves, 18 de noviembre de 2010

EL MISMO AMOR, LA MISMA LLUVIA….









Mira la película, y se sorprende del personaje encarnado por Darín. Le parece de lo más romántica y tierna. Escenas prototípicas de amantes que leen, y miran cine y encima caminan por la gran ciudad de Buenos Aires. Hay algunos cortes de luz que muestran la época de la “Primavera alfonsinista”, donde cortes de luces y australes anunciaban una era de esplendor y esperanza de democracia.

Escena uno: ella deja a su novio por su amigo. Terrible, un pibe que estaba en Uruguay llamado Esteban, quien se fue a Uruguay a trabajar y la dejó de llamar por cinco meses. En ese interín, ella se toma dos meses para pensar si vale o no la pena. Y la decisión es correcta, porque vale la pena (o así parece). Y son como Pan con Manteca, y como milanesa con huevo frito….recorriendo la hermosa Buenos Aires con música tanguera. Él, un escritor frustrado, trabaja para una editorial que le parece una porquería. Ella, una contadora toda lógica, hasta que de repente decide virar hacia las artes, y termina pintando una especie de pseudo duendes. Y en esos vericuetos de la sinrazón “Laura y Jorge” se encuentran dandose besos y retozando por una cocina.

Escena dos: ella le dice “Casémonos” (me agarra un coma), y él se pone serio. Ella argumenta que hace un año que viven juntos, y que se aman, y que ella es la mujer que lo impulsa a ser lo mejor que le va a pasar. Él, escucha los argumentos y camina por la calle Pasco. Mientras camina, va pensando “por un lado tengo una mujer que me encanta, que adoro, que es divertida, que es apasionada por lo que hace, que es inteligente, es puro fuego. Por otra parte, tengo una vida de soltero, de relaciones ocasionales y de no compromisos, que me encanta desde hace mucho tiempo…”.

Escena tres: Jorge, toca el timbre de una casa. Se lo ve durmiendo con una chica que atiende el teléfono. Interesantemente la chica se llama Carola. Y de repente suena un teléfono, es ella, Laura, que ha encontrado un papelito en un libro que Jorge leía, y era de una de las “ocasionales”. Ella lo llama, y atiende Carola, instantáneamente, la dueña de casa le pasa el teléfono a Jorge, provocando una peripecia. Ella de un lado del teléfono, cubierta de lágrimas. Él, del otro lado, en bolas. Y la dueña de casa que lo echa.


Escena cuatro: cinco años después, el dejó la editorial y ella volvió con su antiguo amor. Ese que la había dejado, para irse a pintar a Uruguay. Y se va a casar con él. El otro, mientras tanto, con una novia de veinte años, sufre un atragantamiento con el asado de su mejor amigo al enterarse de la noticia. Entonces decide buscarla. La encuentra, siguiéndola. Y ella lo encuentra. Digamos, que se encuentran y terminan en un café hablando de lo que es la nueva vida de ella. Ella encontró la seguridad y la estabilidad (LA FOTO). Ella confía en él, se llama Esteba -el futuro esposo- nombre raro para un pintor.

DIGRESIÓN. EN ESE MOMENTO ME MANDA UN SMS TEXIRA QUE DICE “ESTOY HARTA DE HOMBRES ANFIBIOS QUE NO SE JUEGAN POR NADA Y QUE SON PALABRAS AL VIENTO”. AL TOQUE LA LLAMO PORQUE ME PARECIÓ SIGNIFICATIVO, YA QUE ME ENCONTRABA MIRANDO JUSTAMENTE ESTA PELI. Y SE LA CUENTO, AHÍ ME VOMITA LA HISTORIA PARA CONTAR. JUSTAMENTE ERA UN MAIL. ERA UNA HISTORIA DE AMORES CONTRARIADOS Y UN PEDIDO DE ANALISIS DE MAIL. LEER LAS PALABRAS ME PRODUJERON UN NUEVO ATAQUE DE VÓMITO Y LA BESTIALIDAD DE LEER UN NUEVO COMPENDIO DE ANFIFRASES ME DIERON LA NECESIDAD DE MIRAR LA PELI CON OTROS OJOS. ERAN LAS FRASES HECHAS DE SIEMPRE: “CON VOS SOY TRANSPARENTE COMO CON NADIE”, “YO TE QUIERO, Y NO ENTIENDO COMO TE FILTRASTE EN MI VIDA, PERO AHORA NO SABRÍA QUÉ HACER SIN TU PRESENCIA”, “TE QUIERO PERO NO PUEDO, ESTOY EN OTRA HISTORIA” Y SARASAS. ME PIDE UNA OPINIÓN Y LE DIGO, LE AFIRMO, QUE NO ES UN HOMBRE, QUE ES UN CONCRETO TIPO CRUEL. QUE NO QUIERE A NADIE. QUE NO QUIERE A NADA NI NADIE. QUE NO SE QUIERE. PERO LO MÁS TRISTE, ES QUE NI ELLA QUE LO ESPERA SE QUIERE. TAN POCO VALOR HEMOS APRENDIDO A TENERNOS, QUE ESTAMOS ESPERANDO UN MINIRECONOCIMIENTO DE ALGO (PORQUE DEJARON DE SER ALGUIEN)

Escena cinco: un periodista viejo. Se va de la editorial. Este, Jorge, traga lento y traga una bola de saliva que parece mierda. Un idealista que no miente, es despedido por justamente eso. Por idealista. Ella, Laura, se casó y tiene una hija. Y se ha vuelto productora. Anónimamente le financia una obra. Suficientemente importante como para haberse olvidado de juegos y de fuego. “Con el fuego uno se quema, y el amor tiene que ver con otras cosas, como por ejemplo con la tranquilidad”- le dice con cierta pedantería. Su hijo se llama Gonzalo. “Lo que importa es el cariño, el respeto y el amor de Romeo y Julieta, en el fondo es pura adolescencia, pura pasión”. Él se debe hacer cargo de que escribe de lo que no conoce. No conoce de amor, ni de deseo. Solo conoce el miedo. Sería un gran escritor si se diera cuenta.

Escena seis: anagnórisis. Él se da cuenta de que por miedo actúa como actúa. Creyéndose un rey Midas, todo lo que tocara lo convertiría en oro. Sin embargo, es al revés la cosa, todo lo que toca lo convierte en mierda. Lo dice, convencido bajo la lluvia, con ella adelante. Tiempo después, mientras la mira. Ella se separó, por diferencias “irreconciliables”. Llueve de vuelta. Y ella toma un taxi y le deja un papael con su número de teléfono. Siempre llueve en Buenos Aires. Y se pregunta él mientras la mira “Y si…?”.



Y de repente me encantaría decirle a Syl que todas las cosas que aspiramos deben ser justamente imposibles para poder fluir y para poder cambiar la dirección del deseo. Porque justamente las cosas se sostienen desde la no posibilidad. Si uno creyera que es eterno y unívoco, no tendría ni baches ni rupturas ni mucho menos caídas…es ser justamente ducho y torazo en rodeo propio el aprenderse a caer, y a levantarse constantemente. Ella me dice, que no va a creer más. Y yo le digo que espero que crea, porque si ella no cree, no entiendo que podría ocurrirme. Ella cree porque tiene buenos sentimientos y merece (más que nadie) uno de esos de cuentos de hadas. Le pido que siga esperando porque el 27 a la noche es mi festejo gran. Ella me dice que no cree. Yo le digo que no sea negativa, porque estamos a diez días…y siempre que llueve, sale el sol.

LLUVIA DE NOCHE...LLUVIAS DORADAS...TORMENTAS Y RAYOS





Por supuesto que estaba lloviendo. No era tormentón, no parecía garúa, era mas bien chaparrón. Yo corría, se me empañaban los anteojos, veía un techo unos metros mas adelante, pero no llegaba nunca. Estaba cansadísima, pero no podía parar, aunque quisiera, mis piernas no respondían. No había nadie en ningún lado. Cuando llego por fin, el techo desaparece. Corro mas fuerte, hay una puerta, como un negocio abierto, pero cuando entro me doy cuenta de que adentro llueve mas que afuera. Salgo, y mi auto esta estacionado ahi nomás. Entro apurada, pero hay agujeros en el techo, se hacen cada vez mas grandes y ahi siento como si un balde se me cayera encima.


LA PUTA MADRE, QUE LA LLUVIA ERA LA TRANSPIRACIÓN, Y YO SIGO CON 38...NOVALGINA HACIENDO EFECTO Y EN DEFINITIVA....ERA PRODUCTO FEBRIL...Y QUÉ GANAS DE SALIR DE LA CAMA...

LA BICILOCA




Recuerdo la escena, no recuerdo el contexto. Mi memoria tiene baches en algunas de las situaciones donde más fuerza hago por recordar. Maravillosa escena. Cargada de erotismo, pero por sobre todas las cosas, de simplicidad. La música que va in crescendo al igual que la sensación física de la chica. Nota mental: salir a andar en bici. Nota ‘no’ mental: que no me ocurra en la clase de Indoor que da E. (papelones.com)

miércoles, 17 de noviembre de 2010

ADICCIONES




Tuve un ex que cuando se sentía mal, o lo cagaban a trompadas en la cancha o en la calle, se sentía en inferioridad de condiciones, por lo que se predisponía al sexo desenfrenado, por sentirse con el ego herido. Cada tanto, cuando estoy en pedo o cuando necesito mimos telefónicos, lo llamo…Nadie es tan grosero y a la vez tan claro como él…(“Vos acá, yo allá…así nunca nos vamos a poder encontrar”)

Conocí a un chico en la puerta del teatro San Martín. Se llamaba “Angel”. No recuerdo si fueron los rulos, o el pelo largo, o la camisa de jean. Sólo registré que de repente estábamos comiendo una pizza de parados en Güerrin y que terminamos leyendo las Heroidas de Ovidio en su departamento. Siempre voy a recordar que en la mesita de noche, él tenía una magnolia…Nunca sentí un perfume tan ácido y tan seductor a la vez. Supongo que por eso mismo, cuando se quedó dormido, aproveché para salirme de su hombro y llamar a un radio taxi.

Un nene, porque era un nene, tenía sobre su cama de una plaza a la virgencita de Luján porque “estaba vestida de Racin´”, y un perro dálmata de cuando se estrenó la peli “La noche de las narices frías”. Él tenía la nariz fría por otros motivos. Recuerdo que aproveché que se durmió para secuestrarle una gomita del pelo que estaba en una mesita de luz. Me fui al otro día. Previo a mi escape, me arrojó espuma “Rey Momo” a lo largo de mi indumentaria…matándose de la risa. Le hubiera pegado un tortazo, pero tenía el pantalón fetiche turquesa Adidas…y no pude. Me invitó a la cancha. Nunca llegué…

Un amor. Se llamaba y se llama. Sigue dando vueltas por el mundo. Sigue meciéndose por las lianas que encuentra. Y sigue con la paz espiritual que nunca pude ver en nadie más. Tenía los ojos más celestes que el cielo y la sonrisa más linda que nunca pude volver a ver. Aún cuando me llama me hace estremecer, porque pienso: “Y si….?”. Fue el que tuvo que ser, cuando no debía serlo. Un Jack Daniels y todo su pelo castaño cayendo en un colchón de edredones rojos y naranjas. Y todo él, que me tomaba de la mano en el momento del después, y me besaba la base de la palma, para sentir como latían fuertes mis venas…todo en él era eso…

Un miedo. Fue que era uno de esos que te bancan en todas. Uno de esos que lo llames a la hora que lo llames, viene. Uno de esos que te bancan la salida al cine, la picada, la cerveza, la noche de depresión, lo que sea. Te viene con el auto y te hace sentir una reina. Por más que esté con cuanta novia esté, él sabe lo que le pasa. Yo sé lo que me pasa…y por más que trato de evitarlo, a veces lo llamo como el sábado para molestarlo (y molestar a su novia) y para decirle que tengo un espacio en la semana y que lo extraño, y que lo quiero, y que ahora soy buena. Él no me cree. Sabe que lo llamo porque algo le voy a pedir. Y sin embargo me dice, ok ok…el finde nos hablamos. Pero vos sabés como es esto. No tenemos química. Me da cosa…

El dueño del libro. Quien se lo queda, cual rehén porque sabe que es para el otro. Ya no es perro, sino lobo. A veces le salta el instinto y recuerda su verdadera naturaleza. Es el de los besos más lindos. Por la boca de pato que tiene. Es el de la mirada más franca. Porque no puede mentir. Es el que se fue y que acaba de hablarme por una cámara mientras yo estoy con fiebre y vómitos gastroenteríticos. Es todo él, pero fundamentalmente…es ella al lado, y la otra ella al lado….y un océano en el medio.

Hubo uno especial. Casi no recuerdo su nombre. Sí recuerdo que olía a Parissiennes. Y nos creímos Oliveira y La Maga dando vueltas por la calle Corrientes, comprando abonos para festivales de cine. Era tomar un auto, e irnos a Lujan una noche. Y también era irnos a la Ruta para acostarnos y mirar las estrellas. Era un rico porro y un vino que generalmente no podíamos abrir. Era el chico con las pestañas más largas que las mías. Era quien vi como igual, y no como par. Era alguien para quien fui poco. Pero que cada vez que terminábamos, se ponía en una posición extraña y se abrazaba a mis piernas.

meter la pata





A veces el dolor le gana a las ganas.
A veces el silencio es la única forma que tengo para comunicarte cómo me siento.
A veces lo nuestro se enfría tanto que me olvido de todo lo que me hace elegirte.

Y vos te alejás, creyendo que el tiempo que pasamos solos es el mejor remedio para los males que tenemos juntos.
Y yo me lleno de broncas y palabras mal dichas. Y meto la pata, y la cago.
Y digo de todo, menos lo que quiero decirte: "no te vayas".


Hoy decidí probar algo distinto. Si voy a meter la pata, la voy a meter para que te quedes. Y de la metida de pata, prometo salirme yo....

La Odisea - Pelicula - Parte 7





Extrañamente, todavía puedo recordarlo. Tenía nueve años, en casa de la Tía Chiqui, la hermana de mi papá. Una de las Torrisi. Ella miraba (y mira) películas y lee mucho. Gran biblioteca tiene La Chiqui. “Loca como vos”, diría mi padre. Era de tarde, y entonces en la tele de ella vi por primera vez “La Odisea”. Kirk Douglas (con “K”) personificaba a Ulises, y tenía los ojos más azules que vi en el mundo y el hoyito en la pera. Era maravilloso. Y yo me creí que en la vida real, existiría un hombre así, que navegara por todos los mares del mundo, que viajara por todos los lugares (como hacía mi papá) y que sólo le interesara regresar a su patria, a su Itaca y a su esposa Penélope. Claro que en ese momento, sólo tenía siete años y creía que las cosas eran tal y como las veía…mi papá era mi Ulises, lo que me convertía a mí en Telémaco y lo que convertía a la infeliz de mi madre en la tarada de Penélope. La Chiqui, quedó tan fascinada con la peli, que de repente en una rifa, adquirió un siamés, con los ojos tan azules que parecían los de Kirk. Y entonces le puso Ulises nomás al gato. Ulises era de esos felinos que tienen toda la astucia, se comía las empanadas crudas, peor no la masa, sino que la abandonaba y se comía todo el relleno. Cuando mi tía vino a Pizarro, Ulises cruzaba el patio y venía más de una vez a dormir a mi cama. Inquieto, y silencioso…había sido secuestrado en más de una oportunidad para ser utilizado cual semental. Cuando estaba en celo, volvía golpeadísimo, pero feliz, hasta que en una vuelta cayó sin un colmillo.
De pequeña, imaginaba que así se llamaría mi hijo “imaginario”. Y ese nombre le iba a poner creando a un pequeño monstruo mentirosito y encima con deseos de desarraigo constante. Un digno Torrisi.

Cursa Griego I. Época del profesorado. Novio Juan Manuel era el oficial. Deseo era el hincha de Racing, llamado Gastón “Racing Ston(es)”. Salía de cursar tratando de comprender lo que era el tiempo aoristos y toda la voz media. Mientras tanto, leíamos la Odisea, e interesantemente se estaba estrenando una peli de los hermanos Cohen “¿Dónde estás hermano?”, una remake de la Odisea. Pero ambientada en EEUU y en los cincuenta aproximadamente, con una belleza de ojos grandes odiseicos encarnados por George Clooney. Recuerda haber ido a ver la peli, y no entenderla por momentos. Pero recuerda también terminar de cursar para ir a tomar cerveza en la esquina y verse con Gastón, antes de que apareciera el legal. La ley. Mientras leía no podía creer lo impresionante que era ese texto. Había algo que me atraía y me desagradaba tanto de Odiseo. Era cuestión del nombre que encerraba la raíz de la palabra “odioso” por ser odioso y odiado.

COMPLEJO DE ULISES

El complejo de Ulises lo manifiesta aquella persona, ya sea hombre o mujer, que teniendo un vínculo afectivo con otra, que generalmente es la relación socialmente reconocida, mantiene con una segunda persona otra relación afectiva más o menos secreta, pero siempre rechazando formar un vínculo comprometido con ella, por mucho que ella lo quiera y espere, o sea, que "como Ulises" nunca llega a dejar la primera relación, "su Penélope".
Ulises es un personaje mitológico, rey de Ítaca, protagonista de la Odisea. El tema central lo constituye su regreso, pues es Ítaca de donde Ulises partió para ir a participar en la guerra de Troya. Y al regresar, va pasando por variedad de aventuras que retrasan su regreso. Entre estas aventuras destacan las que vive con mujeres, tales como Calipso, Circe y Nausicaa, quienes, enamoradas de Ulises, quieren retenerle en contra de su voluntad. Mientras tanto, su paciente y fiel esposa Penélope le espera en Ítaca, aguardando su regreso y rechazando a los pretendientes que quieren conquistarla para hacerse con el trono del rey de Ítaca. Pero lo que Ulises auténticamente quería, aunque se entretuviese con mujeres que encontraba por el camino, era regresar a Ítaca con su amada Penélope.

ANALISIS DEL COMPLEJO
Análogamente al Ulises de la Odisea, en el mundo real, en el caso socialmente más claro, la persona que manifiesta el complejo de Ulises es alguien que, si es hombre (aunque también puede ser mujer), tiene pareja o incluso está casado. Pero sea cual sea el caso, la persona que permanece edípicamente "aferrada" a su pareja, va además manteniendo relaciones afectivas con otra u otras personas, pero sin llegar nunca al punto de dejar a su pareja (que manifiesta complementariamente el complejo de Penélope), sino que, al contrario, siempre acaba volviendo a ésta.

El complejo de Ulises es una variante del complejo de Edipo, es decir, que subyace en él una fijación edípica a la figura cuidadora de sexo contrario de la infancia, que en la vida adulta pasa a concretarse transferencialmente en una persona con quien se ha establecido o tenido un vínculo afectivo, aunque no es necesario que se trate de un vínculo socialmente reconocido e incluso puede ser que no vivan juntos. Así, también puede tratarse de la novia, de la ex-esposa o de la ex-novia a la que se sigue aún vinculado (sin completar el duelo y por tanto la separación), de una mujer de la que se está enamorado (sabiéndolo ella o no), de una mujer imaginaria idealizada o, en el caso más obviamente edípico, de la madre (puede que todavía viva con ella). Pero desde luego, sea cual sea el caso, se trata de un vínculo edípico. Y la tercera persona es una víctima del drama edípico, aunque ella también tiene sus propios asuntos no resueltos que le llevan a enganchar en tan frustrante relación, sin obtener lo que quiere.

En ocasiones, el complejo de Ulises es vivido a la vez por los dos miembros de una pareja o matrimonio, justificado en una aparente madurez personal que los dos creen poseer - pero que no poseen - y que les justifica para poder practicar el ser una pareja liberal o el practicar el poliamor, o sea, el amar a más de una persona a la vez. ¿Será así mi Ulises?

me duele....





ME DUELE:

a. la cabeza (ibuprofeno para una)
b. el estómago (buscapina para una, u omeprazol)
c. partes varias del cuerpo (ketorolac, anti in flamatorio)
d. la muela derecha (dorixina yaaaa)
e. la dignidad (curita para el alma)
f. el corazón (urgente conseguir poxitas, de esas que lo hacen más duro y resistente a filtraciones)
g. mi pierna por haberme tropezado con mesitas ratonas (mejor que sean mesas ratonas y no ratones en mesa)
h. la mano derecha (de tanto mandar mensajes)
i. la mano izquierda (de toquetear a Kratos y ver que actúa frente a mí)
j. mi debilidad (que debería ser mi fuerza)
k. extrañar(me) de algunas cosas (estoy lenta)
l. dibujar pésimo (no se puede todo en la vida)

siguen los mitos griegoooos




Se queda pensando en OMPHALE, y analiza si realmente la historia era así… y mientras busca, se encuentra con que cuenta el mito la siguiente historia, a saber:

Hércules y Ónfale


Tras asesinar a su huésped Ifito, los dioses castigaron a Hércules vendiéndolo como esclavo en Asia Menor. El héroe fue comprado por Ónfale, reina de Lidia, quién pagó al dios Hermes, que fue quién se hizo cargo de la transacción, 3 talentos de plata (o sea, unos 78 kilogramos). Hermes luego quiso entregar los 3 talentos a los hijos de Ifito, como compensación, pero su abuelo Eurito les prohibió aceptarlos.
Ónfale había estado casada con el rey Tmolo, y había heredado de él el trono de Lidia.
Hércules sirvió a Ónfale con fidelidad y eficacia, librando a Lidia de los bandidos que la asolaban. La reina también tomó a Hércules como amante, y tuvo tres hijos con él. En Grecia se difundió el rumor de que la actitud del héroe hacia su dueña era tan servil que llegaba a vestirse de mujer y tejer con las esclavas de Ónfale, mientras ella se ponía su piel de león y esgrimía su maza y su arco. No obstante, el rumor era falso.
Lo que sucedió en realidad fue esto: un día en que Hércules y Ónfale visitaban las viñas de Tmolo, Pan -un dios pastoril, torpe y simpático- los vio desde una colina y se enamoró de la reina a primera vista. Al llegar a su destino, Ónfale y su esclavo-amante se entretuvieron intercambiando sus vestimentas. Así, Hércules se puso la delicada túnica púrpura y las sandalias doradas de la reina, mientras que ella se puso su piel de león. Luego, cuando llegó la hora de dormir, se acostaron en camas separadas, pues tenían previsto realizar al amanecer un sacrificio al dios Dionisio, quién curiosamente exigía a sus fieles la abstinencia sexual en las horas previas al ritual.
Pan logró entrar donde Hércules y Ónfale dormían, pero el lugar estaba completamente a oscuras. El dios, entonces, tanteó con delicadeza a los ocupantes de ambos lechos y al sentir la suave túnica de Ónfale creyó, con toda razón, que quién la usaba era ella. Entonces Pan se metió en su cama, pero antes de que hubiese podido siquiera abrazar a quién creía que era Ónfale, fue arrojado fuera de una patada. Ónfale encendió las luces, y cuando ella y Hércules vieron a Pan, magullado, en un rincón, rieron hasta las lágrimas. El dios, rencoroso, fue a todas las cortes de Grecia y les contó a los nobles la falsa historia de Hércules como “esclava” de Ónfale. Pan también ordenó que en lo sucesivo sus sacerdotes asistieran completamente desnudos a sus ritos.
Después de unos tres años de servidumbre, Hércules fue manumitido por Ónfale en agradecimiento por matar a una serpiente gigantesca que habitaba junto al río Ságaris y que destruía a los seres humanos y las cosechas. La reina lo mandó a Grecia cargado de regalos.

Ok ok, la historia no es tan divertida. Le hubiese gustado que fuera diferente, pero qué se le va a hacer, los hombres aedos eran los que creaban estas historias, cómo se le puede ocurrir a mí que de repente una tipa haga caer al prototipo de MACHO GRIEGO. Entonces se pone a pensar que de seguro, Heracles no era tan alto ni tan grandotote ni tan oso como ella se lo imagina. De seguro portaba pelo largo. El pelo largo grasiento, y poco cuidado. De seguro fuese lampiño, todos los griegos que conozco son así. De seguro, no tuviese una maza, sino fuera todo un masacote de persona, para andar obedeciendo lo que dicta todo el mundo, y encima de todo, mandarse cagadas constantemente para pagar castigos impuestos por dioses y hombres. Evidentemente, que de todos los héroes, era puro músculo, porque de cabeza, ni un ápice. Así, también era Aquiles, pura rubicundez y desafío. Colérico porque no se hacían las cosas a su manera….(cosa interesante en quien no tenía “manera”, sólo acción), irrespetuoso, maleducado, y hasta impío, porque se había defecado con bellos retruécanos ante el cadáver del joven príncipe Héctor. La verdad, una mierda de tipo. Todos ven “Troya” y todas mueren de deseo por ese Brad Pitt con trompa de neón (donde todos brillamos) y de repente, piensa que en el fondo Aquiles tampoco le cierra como héroe. Se hace el que le importa la cautiva Briseida, cuando en definitiva, no siente nada, siente hambre de gloria nada más, puro ego. Briseida, Criseida, cualquier eida, en definitiva es lo mismo para quien solo necesita medírsela para ver “quien la tiene más larga” con Agamenón. Interesantemente, es el mismo ridículo que le aparece a Ulises (Odiseo) en el Hades, que de ser posible, habría tomado la decisión de no ir a Troya, y de haberse muerto de viejito junto a una amada posible. Posición de Aquiles ante la vida: simplemente gataflorismo de quien no sabe lo que quiere.
Odiseo, Ulises, Nadie…el favorito…el pura “astucia”, quien es mentiroso como pocos. Inventa la treta del caballo…y ….y es el peor….harina de otro costal. Karinas de otras costas…

DESASNANDO EN LA WIKIPEDIA




Tarde de Noviembre, y ella piensa en su cumpleaños. Tarde de fiebre e insolaciones previsibles, y ella se mira el hombro pelado. Once días la separan de la temida fecha, de ese momento en que alguien realiza el maldito acto del aplauso, alrededor de una bengala (que desde que tiene uso de razón es rosa, sólo el año pasado, por no estar su padre al lado, ella se rebeló –y se reveló- y compró una bengala negra, con una estrella de Chicago y un Corazón que conserva en la parte de la vitrina del comedor). Le duele la cabeza del ataque al hígado, pero más le duele la cabeza porque durante toda la noche se sintió mal, con necesidad de un maldito TÉ VICK, y nunca llegó. Nadie se lo dio, ni nadie se lo ofreció. Ulises se disfraza de Nadie para vencer a Polifemo, quizás en sus sueños esté venciendo una clase de monstruos. Ella lucha con la fiebre, pero no puede pelear contra la BILIS, evidentemente se hace significante el “MEDESCOMPONGO.COM” y de repente, se descompone a pleno vómito amarillo, como su malla de calaveras que salió en Crónica. (hay que usar una malla con calaveras, -sin diablitos- y encima tolerar al maldito Little Perón Soldier que le diga a una “AHORA LAS CÁMARAS ENGORDAN MÁS, PORQUE SON COMO PLASMAS”). Se preocupa por su trasero obeso. Y de repente se mira el aro. Y se mira el ombligo. OMPHALE fue la reina de Tracia que casi nunca aparece contada en los trabajos de Heracles (Hércules para los amigos). Dicen que cuando Hércules la vio, no era nada linda, pero instintivamente se dejó vestir con suaves telas, y paños deliciosos como la seda, mientras ella estaba vestida con su manto de León. Y encima ella le sacó su maza, al muy masacote, mientras el muy infeliz, hilaba y tejía a sus pies. A papa Zeus no debe de haberle gustado mucho la imagen de chico pollerudo que andaba dando el mocoso, así que si quería la APOTEOSIS, y su consecuente CATASTERISMO, mejor fuera que se pusiera la maza al hombro y saliera a matar Hidras de Lerna, y a perseguir Harpías. Qué loco, - piensa ella mientras mira la imagen del héroe por antonomasia y lo ve a los pies de ella tejiendo, mientras ella está vestida con su ropa. Algunos llamarían a ese evento “Crossdressing”, o quizás “Versatilidad”, pero algo del orden de lo tierno de la imagen la conmueve. Quizás el Oso se deje trenzar las rastas o se deje elegir la ropa o quizás le permita jugar con destornilladores sin vodka. Entonces piensa en desasnarse. Piensa que sería sensacional que algo ocurriera, y mientras cierra los ojos, se sorprende de la escena que le viene a la cabeza. Trata de borrarla. ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS. Ella no recuerda, o recuerda borroso, recuerden uds. que tiene fiebre. Y piensa que de repente, no debería pensar en nada, y sólo debería transitar y fluir. Claro que no contábamos con el Genio Maligno que le anuncia que “noviembre, estadísticamente (limitador de la aserción), es el mes de la locura”. Sí, ja! COMO QUE NO ME DI CUEEEENTA! Entonces piensa en la serie de palabras que se le vienen como una plena asociación libre, y entonces quiere buscar, navegar, como hizo Ulises, y de repente decide desasnar a medio mundo con su academicismo de zapatillas berretas, y corte de rollinga stone y nuevo arito en su centro. OMPHALOS, se llamaba el lugar donde los sacerdotes hacían predicciones, y eso era el centro del mundo. Qué loco que Omphale, con su masculinidad, le haya hecho ver a Heracles esa intimidad. De intimidades piensa que todavía siente una gran serie de vergüenzas. Le gustaría ser bella, como esas de las películas, que cuando están en un cuarto, y se posan junto a la ventana, dan esa imagen de la DELICADEZA Y LA BELLEZA ETERNA. Siente más vértigo por ese pensamiento, “Nunca vas a ser bella, decía la Nana”, “No necesitás ser linda, decía mi papá, porque sos inteligente”, “No sos linda”, dijo el último al que quiso. “Lo que importa es lo de adentro”, le dice él, en Mardelplata. Y entonces decide viajar y divagar de vuelta y pensar en palabras, cual sopa de letras, porque ni va a volverse una mariposa, ni mucho menos se volverá una princesa de cuentos de Hadas (Quizás, sí una princesa de Hades).

Glosario de la tarde:


PERIPLO: Un periplo (del griego περίπλους, «navegación alrededor», cuyo equivalente latino es navigatio, «navegación») es un tipo de documento antiguo que contenía el conjunto de observaciones hechas en un viaje por mar que podían ser útiles a los navegantes futuros: distancias entre puntos, descripciones de la costa, vientos, corrientes, bancos de arena, puertos, fondeaderos, aprovisionamiento, etc. Era utilizado por los navegantes fenicios, griegos y romanos.

ODISEA: La Odisea (en griego: Ὀδύσσεια, Ódýsseia) es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Se cree que fue escrito en el siglo VIII a. C., en los asentamientos que Grecia tenía en la costa oeste del Asia Menor. Según otros autores, la Odisea se completa en el siglo VII a. C. a partir de poemas que sólo describían partes de la obra actual. Fue originalmente escrita en lo que se ha llamado dialecto homérico. Narra la vuelta a casa del héroe griego Odiseo (Ulises en latín) tras la Guerra de Troya. Odiseo tarda diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde poseía el título de rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa Penélope han de tolerar en su palacio a los pretendientes que buscan desposarla (pues ya creían muerto a Odiseo), al mismo tiempo que consumen los bienes de la familia.
La mejor arma de Odiseo es su mētis o astucia. Gracias a su inteligencia —además de la ayuda provista por Palas Atenea, hija de Zeus Cronida— es capaz de escapar de los continuos problemas a los que ha de enfrentarse por designio de los dioses. Para esto, planea diversas artimañas, bien sean físicas —como pueden serlo disfraces— o con audaces y engañosos discursos de los que se vale para conseguir sus objetivos. Interesantemente, ha decidido llamar así a su hijo imaginario, ella que odia las mentiras quiere un vástago mentiroso y embustero. Prototipo de falito…

PERIPECIA:
La peripecia es un hecho o circunstancia que está presente en diversas obras narrativas, dramáticas o en cualquier otra obra que cite los hechos de algún personaje o historia en concreto. Dicha historia se presenta como una situación adversa y repentina que sucedió accidentalmente y sin previo aviso, lo cual provoca un cambio en la situación actual que se vive en lo relatado.
En las tragedias supone el punto en el que la trama toma el cáriz propiamente trágico, es decir, el punto de inflexión en el que la suerte del héroe protagonista se trunca y comienzan las desgracias que le llevarán inevitablemente a un final desdichado. O sea, que siempre es un quiebre que generalmente lleva barranca abajo.

ANAGNÓRISIS: La anagnórisis (del griego antiguo ἀναγνώρισις, «reconocimiento») es un recurso narrativo que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad o situación, ocultos hasta ese momento. La revelación altera la conducta del personaje y le obliga a hacerse una idea más exacta de sí mismo y lo que le rodea. Una de las cosas más locas que tiene la literatura es que te fumás una banda de páginas para ver si el ridículo héroe puede darrrse cuenta de una vez por todas…

PARODIA: palabra de etimología griega, παρώδïα, compuesta por παρα = "para" (similar) y ώδή = "ode" (canto, oda); en tal sentido se refería a las imitaciones burlonas de la forma de cantar o recitar.
En su uso contemporáneo, una parodia es una obra satírica que caricaturiza o interpreta humorísticamente otra obra de arte, un autor o un tema mediante la emulación o alusión irónica. Claramente, es la vida de ella, una parodia de algo, una sátira constante de las relaciones humanas, y de la interpersonalidad (o será transpersonalidad)