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sábado, 14 de enero de 2012

"Para mí, sos la nada misma"

A veces, algunas historias están escritas mucho antes de estar visibles en una hoja blanca. A veces, estas historias nos acompañan a lo largo de nuestra existencia, ya que siempre hubo alguien que nos relató esta historia de la historia que le ocurrió a algún conocido. A veces, simplemente debemos retornar a esas viejas y hastiadas lecturas que realizamos en algún momento importante de nuestras vidas, y en esa “relectura” terminamos encontrando nuevos sentidos, tal como le ocurría a Clarita, porque si voy a contar la historia, la voy a contar tal como ella me la contó mientras tomaba Gancia y lloraba moqueando (toda ella moqueando y yo recuerdo cómo entretenía esa charla antes de irme con los pibes).
Sé que la encontré como uno de esos animales que andan atacando, para no enrollarse en el regazo, y bastó pagarle un par de tragos para que esa mina, que tenía la boca más calenturienta que había visto en mi vida, esa misma mina terminó siendo una pieza más del dominó de mis viernes y sábados. Porque todos sabían que una de mis obsesiones era que mientras más goteaba mi nariz, más escudriñador me volvía de aquellos golpeados. Y no fue difícil, ella ahí, toda retorcida de dolor mientras miraba una servilleta manchada por sus propias mucosidades. Recuerdo que enseguida sentí el dolor sordo de querer metérsela por todos lados, pero también (me pasa hasta el día de hoy) que siento que la piel no me alcanza para abarcar ese momento que se vuelve único e innombrable. Pero, harto de hablar de mí, es de Clarita de quien quiero hablar, es de ella, esa que mientras se sorbía los mocos, era la que lloraba por haber sido “Nada” cuando para mí, era “todo”.

“En ese momento me había cansado de que me cogieran por todos lados. Me había hartado de ser el caramelo chupado por ese, y por una vez en la vida, quería sentir eso que él decía sentir por mí”. Era harto sabido que había sido abusada constantemente y a lo largo de todos esos años que ya estaban haciendo mella en sus ojos (tenía unos ojos desorbitantemente tristes, a los que no les daba crédito por nada de lo que insinuaran, y sin embargo, no podía desistir de las ganas que tenía de que me la chupara….)
“Un día, decidí cruzar la calle sin permiso. Me había cansado de que digitaran mi entrega al gallo mayor, entonces decidí desobedecer. Me puse una musculosa roja y crucé la calle para decirle que estaba perdidamente enamorada de él, que toda esa distancia la entendía porque yo también la sufría”. Y mientras hablaba, los ojos se le nublaban, y ahí fue la primera vez que intenté meterle las manos entre las rodillas, ella se reía a carcajadas, y cerraba las piernas como evitando algo que era imposible. Era imposible no inclinar la ceja, y ver que se estaba empapando de las ganas. Todavía hoy, no sé si fue producto mío, o fueron solamente las ganas de recordar el momento en que le habían roto el alma, como a ella le gustaba exagerar. La cosa era simple, el tipo le había dicho “Vos para mí, sos nada”, y acto seguido, ella cayó en la primera de las que serían las ficciones que me contaría cada vez que me la quisiera garchar. Ella bajó la cabeza y regresó por donde venía, a tomarse un clonazepam y olvidar que alguna vez se atrevió a hablar por fuera de su moralina. Mientras lo contaba, una gota le rodó la mejilla y nunca fue tan hermosa para mí, mientras lloraba por eso. Porque no lloraba por ése, sino “eso”. Ella había creído que era “la nada” por tanto tiempo, que no fue difícil convertirla en Pasifae, hacerla beber todo mi semen y verla llorar mientras a cada embestida ella fruncía el ceño para no ver nada. Tiempo después, cuando la volví a encontrar, estaba en plena plaza Francia. Acunaba un libro que terminó regalándome, y le pregunté por qué había accedido a acostarse conmigo. Para ese momento, yo sentí que había estado tan mal con ella, pobrecita, que de alguna manera quise redimirme de ese rol espantoso de alfa puro. Solo que ella no se daba cuenta, la muy imbécil. Mientras buscaba en sus ojos, ya no había nada de la que una vez había sido. No sentí ganas de tocarla, más bien sentí rechazo. Nos tomamos un vino con Tang y seguí mi camino, y ahí ella me gritó:

“Maxi. Maxi no te vayas”- y ahí sentí que el mundo se paralizaba para mí, ella me diría que después de tantos garches, tantas idas y venidas en su mundo desesperanzado, se había dado cuenta de que era especial, que yo con mis letras y mis canciones desesperadas podría darle ese arrullo que ella necesitaba, y todas las ideas dando vueltas hasta que dijo:

“Sigo siendo nada, todo, unika, mítika, legenda, poco, algo, y todos los pronombres que te puedas imaginar para no nombrarme. Nunca vas a tener la imagen completa de mí.”

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