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miércoles, 25 de mayo de 2011

La vuelta al primer amor





Claro porque de regresos y nostos estamos hechos…

Me preocupa ver que cada vez que leo a Barthes termino formando parte de ese ejército de groupies con jeans rotos y poleras negras sin corpiño por debajo, que enajenada grita “ÁMAME” con cada frase que susurra este señor en mi oído. Y claro está: no todo hombre con polera negra o gris, es Roland Barthes, ni ninguno de los pelafustanes de copetín se asemejan a él. Arrebujada en la cama, sin ánimo alguno de levantarme y de bañarme (odio bañarme los domingos y los feriados), abro los ojos lagañosos y me preocupo por ponerme de perfil frente al espejo. Definitivamente el tiempo está haciendo estragos en mí. La propaganda de la crema rejuvenecedora post treinta no hace más que hacerme saltar una sonrisa matinal, hasta que corriendo veo que quien la presenta no es otra que Natalia Oreiro ( persona que me cae muy mal, por varios motivos, por estar casada con Mollo y haberse movido a la gran mayoría del rock nacional, cuando yo solo tengo en mi haber un refocilamiento con Palo Pandolfo –obviamente- sin los Visitantes) y ahí me digo a mí misma, “Hoy será un día productivo, haré el análisis de Operación Masacre y luego me meteré de lleno con Walsh”. Pero las ganas no llegaban nunca.
Deambular por la casa es algo fantástico siempre y cuando uno esté poniendo orden en las ideas. Por así decirlo, me asusto fácil de que en un segundo me vea arrebatada a una feria, a un bar, a un pool y una salida. Y que de repente me despierte el teléfono al grito de: “Profeeeee!!!” (nota mental, cambiar de profesión para el ‘afuera’) y la poca casi ninguna gana de salir. Ok ok, tengo que estudiar, dice mi principio de realidad. Tengo que estudiar, porque es una forma de adelantar tiempo. Sería ideal hacer los registros de lectura y en definitiva sacarme todo de encima como buena neurótica. Pero no, no es tan simple porque de repente me veo mirando la tele y llorando frente a la pérdida del bebito de Juanita. Y claro está. Me paralizo. Pero por suerte, mi costado oscuro elucubra pensamientos siniestros (¿y si se quiso salvar del ADN? ¿Y si fue a propósito todo pergeñado para lograr cámara, atención y paz y cual novela mexicana el niño fue dado en adopción y de esta manera, la progenitoria pudiese dar una vuelta de tuerca a su gris y triste vida y terminar rompiendo y pateando el tablero de la estructura familiar mandando todo al mismísimo demonio? ¿Y si me dejara de utilizar tantas anáforas?). En ese brete estaba cuando recibo el llamado de Lau para el recital MANIJA MANIJA y si yo soy mal pensada, ella me gana porque ambas pensamos las teorías más descorazonadas, hecho que me hizo sentir feliz, por no ser la única con la mente podrida.

En la semana, varias veces he tropezado con la frase hecha de que cada cosa que diga ya está sujeta a la interpretación. Ja ja ja, me río porque si de algo vivo, es de la interpretación. ¿Cómo podría uno pedirle a Plácido Domingo que no cante? Digo, si algo sé y en algo intento formarme es precisamente en la lectura y en la interpretación de determinados fenómenos no de las ciencias naturales sino de las ciencias sociales. Evidentemente, uno no puede andar trasladando la aparatología textual a la vida cotidiana, pero convengamos que es parte constitutiva de nuestro ser. A ver, me encantaría conseguir un trabajo en el cual se me pague por leer y eso lo llamaría una especie de “ocio intelectual” en el cual yo percibiría un sueldo por justamente hacer lo que mejor hago que es “pensar”.

¿‘Pensar’ no es lo mismo que ‘Sentir’? Luego de enojarme con Sylvia por las distintas concepciones a la que arribamos frente a la miradita de la peli “Sex & the City” y su consecuente seguimiento a la ficción, no es posible cuestionarle a los personajes de ficción su accionar, ya que precisamente es en la ficción donde todo es posible. Digamos, que si a cualquier persona un novio la deja plantada en el altar, cualquier persona (coherente) está buscando los mejores sicarios para dejarlo sin piernas, y no terminaría arrojándose a sus pies en un acto reconciliatorio. Pero claro, es la ficción.

Sin entender por qué cometo la digresión, termino recordando que justamente Rolu es quien me termina dando la razón en esa inexplicabilidad de encontrar el término justo. Porque precisamente él no lo tiene, carece del concepto. “Uno no puede hablar de lo que se ama”, tira el muy cretino en medio del “Susurro del lenguaje”, y de repente a mí me agarra la cosa esa de la panza, las mariposas porque hay tanto para decir, pero tan pocas palabras para empezar y recordé que tenía un blog, al que abandoné en un puro acto de enojo. Recuerdo, mi querida Ludimagister, que te dejé porque no me eras funcional. Hubo un momento en el cual me resultaste una de las mejores máscaras que tuve. Divertida e ingeniosa, hasta que prontamente te fuiste desgastando y casi como quemando en tu propio fuego. Me gustaba de vos eso que tenías de que cada una de las ideas era plasmada, y por muy inconsistente que fuera, para vos era algo preciado. Pulías las palabras hasta que brillaran pero justamente lo hacías desde la brutalidad vomitiva de quien sin tener un filtro lanzaba las palabras al viento como si fueran pura materialidad. Entonces un día te pusiste triste, y te dejaste hacer. Perdiste magia, alegría, pero perdiste materialidad. Ya te habías vuelto seria para muchos, y algo de melancolía se podía ver en la fuerza de conjurar lo ausente en tus textos. Si te escribo, te escribo porque te extraño, extraño como eras eterna compañera de mis recuerdos y memorias. Pero fundamentalmente, compinche en darle vueltas carnero a las palabras y las frases y entonces ambas sabíamos que las palabras son hijas de voces colectivas, y no es posible tomarlas en serio. Entonces nos reiríamos las dos, ante ese encuentro especular donde lo no dicho, pesa mucho más que lo entonado. Y allí, ambas, nos reiremos de lo difícil que será volver a encontrarnos en este horizonte. Así, recordé un poema que te gustaba de Leopardi. Te gustaba por el apellido, porque en la calle Leopardi diste tu primer beso. Pero también porque el poema era un yo lírico que se hablaba a sí mismo, disociado y candente, como vos cuando le gritás al monitor.

Por Giacomo Leopardi

Descansarás por siempre,
cansado corazón. Murió el engaño
que eterno yo creí. Murió. Bien siento
que de amados engaños,
no sólo la esperanza, el ansia ha muerto.
Reposa ya. Bastante
palpitaste. No valen cosa alguna
tus afanes, ni es digna de suspiros
la tierra. Aburrimiento
es tan sólo la vida, y fango el mundo.
Cálmate. Desespera
por una vez. A nuestra especie el hado
sólo nos dio el morir. Desprecia ahora
a Natura, al indigno
poder que, oculto, impera sobre el daño,
y la infinita vanidad del todo.

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