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sábado, 10 de abril de 2010

MUCHO MOROCHO PERONCHO (BIENNN CON "CH" DE CHICAGO, DE CHORREAR, Y DE CHORIPASO.)..




Viajar es una experiencia múltiple. Me refiero a viajar por la ciudad. Insisto en aclarar, me refiero a los que viajamos en algún medio de transporte público para asistir a trabajar o a estudiar, o a lo que sea.
Viajar, entonces, puede ser la entrada, una ventana al menos, para algún tipo de acercamiento a alguna forma de realidad.
Para la Oveja Negra que viaja en el Sarmiento, el viaje en tren en este caso, es una más.
Sí, sí, yo sé que efectivamente viajamos como el orto.
Sin embargo, salgamos rápidamente de los tonos al estilo del blog viajecomoelorto punto no sé qué, digno de una viajante del colectivo de la línea 12, más que del Sarmiento.
En la habitualidad de ir e ir, e ir en el tren, se puede escuchar música, leer, conversar o simplemente viajar y aguantársela.
También se puede mirar. Se puede incluso, a veces, mirar y pensar.
De Once a Moreno hay un mundo, hay la ciudad, un pedazo de lo real.
Las vestimentas, los peinados, las ropas, el uso, lo gastado o no de los cuerpos, las pretensiones, la dignidad de las posturas, la absoluta falta de posturas en los que se bajan últimos. Y más. Pero veamos.
Ciertamente hay dos momentos pico en el día en los que cualquier elegancia es un absurdo. La hora pico en el Sarmiento es absolutamente demencial, y simple: hay más gente (mucha más) de las que las formaciones pueden albergar. Estamos todos apretados, subiendo por las ventanas, apelmazados. No crea que después de esos horarios pico es un lujo, pero antes, o después hay una incomodidad un poco mas suelta, hay la chance de sentarse, hay personajes, hay chicas.
Hay obreros.
Me permito una digresión con respecto a que de verdad hay obreros nuevamente en el Sarmiento, es decir, después del desastre de los noventa y ver solo cartoneros, y tristeza, y humillación, veo formando parte del elenco de Sarmiento a muchísima gente que viene al trabajo, con todo lo que eso implica.
Podríamos recordar, algunos, la canción de Marcialli Los Obreros de Morón si quisiéramos anotarnos un punto nostalgioso, pero quiero ser afirmativo en este caso, y remito brevemente que muchos de los que suelen subirse por las ventanillas en Morón vuelven a ser empleados; no está mal que las canciones que decían algo, vuelvan a hablar en estos días.
Fin de la digresión para retomarla en breve, pero, ahora, sígame por aquí, pasemos al famoso furgón del Sarmiento.
Se juega a los naipes. Se toma cerveza, vino, y fernet. Se fuma mucho, y de lo que hay. Se mezclan los estilos y los sexos _se incluye al tercero_ predomina allí, sí, lo peor del barrio, sin embargo, generosos, nos permiten viajar allí, y beber, y fumar, como a todos los viajantes del oeste.
Cuando el tren está muy lleno, es allí, el lugar mas “pesado” del tren, el lugar en el cual más claramente se abre paso la solidaridad simple, la ayuda necesaria para lograr bajar en la estación que sea, más, si alguien, desprevenido, va allí con niños puede esperar algún rápido intento si no de comodidad, al menos de protección.
En el Sarmiento los vendedores ambulantes se sienten dueños del tren, no parecen haber pertenecido nunca a otro lugar que allí, vendiendo revistas de crucigramas, billeteras, bebidas, panchos, chocolates, y hasta música.
Venden discos a cinco pesos, truchísimos. Grandes éxitos de lo que quieran. Hey! oiga, si se imagina un grandes éxitos de Gustav Malher usted nunca salió del balcón terraza contrafrente, siga adelante en el auto, y amárguese con la congestión de la autopista y esas cosas.
Termino, por ahora, observando las miradas. Hay una mirada que perturba, que me perturba. Pero no me masturba.
Ciertamente que detrás de esos ojos se acomodan las postergaciones, la exclusión, y el silenciamiento. Esos ojos gritan, hoy, que deben entrar una vez más a formar parte del país visible, del país al cual ellos o al menos algún cercano familiar, han formado parte alguna vez. Claro que es imposible que algunos piensen que existió algo distinto del aburguesamiento en que viven (porque antes era HAMBURGUESAMIENTO)
Porque Oveja Negra sabe que hubo días felices, y sabe cuándo fue, y sabe que es posible volver a entrar a ese país, es que conjetura esperanza y ganas, y rebeldía detrás de algunas miradas torvas, en lugar de miopes teorías acerca de la inseguridad. Los mismos que se asustan del olor a Matadero que sale del barrio.
Sin embargo, las palabras son vacías para algunos quienes eclécticamente consideran que el verdadero mundo es aquel que cabe entre sus manitas cada vez que cobran su sueldito. Todas las miradas de ellos se concentran en su levantarse diariamente para comprar sus cigarrilletes y su Whiskasito del momento, pagando. En definitiva…gente que nunca va a salir de su propio estanque.

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