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miércoles, 21 de julio de 2010

AMIGOS, KAR-AJO



No me es nada fácil hablar de cuestiones de la amistad. Según los guaraos, mencionados en “Memorias del Fuego” de Galeano, se dice al amigo ‘mi otro corazón’. No siempre las palabras alcanza para decir aquello que el corazón, siente. No siempre alcanzan las palabras para nombrar ‘eso’ que se vuelve innombrable. ¿Con qué palabras podría mencionar entonces a Ivana, cuando siendo chiquitas, teniendo doce años comprábamos la revista “Conocer y Saber” (que actualmente se llama ‘Conozca más’ y ya no se vende porque es mejor comprar Papparazzi!) y soñábamos con viajar a lugares remotos, de donde las civilizaciones habrían surgido, para quizás (algún día) entender qué nos hacía humanas. ¡Cómo no hablar de ella que, un día, lloramos bajo un árbol cuando Rodrigo, -su primer amor- le rompió el corazón en séptimo grado. Yo lloré por camaradería, pero ella lloraba tanto, que el pelo también parecía lagrimear.

Tener trece años y verla el primer día de clases. Saber que esa persona iba a acompañarme en las situaciones más fuertes de mi vida: mi primer día de clases en secundaria, mi primer noche en Retro, y mi primer quince. Ella, mi par, mi compañera de emociones, la única que me ve sin maquillaje cuando me desgarro llorando en su casa. En su terraza tomando sol, o en su balcón, o ahora en su nuevo hogar. La conocí cuando ella me dice al segundo día “el nombre que recuerdo es el tuyo: Karina” y ella es Silvina. Preocupada ante mi primer novio, y la que me enseñó a delinearme los ojos. Ella, la que sufrió conmigo cuando vi a ese novio con otra chica. Ella, también viendo al suyo. Unidas por la constante y contínua especulación sobre “Qué habría pasado si…” y ambas pensando en que nuestro destino pudo estar cruzando el Atlántico en España. Unidas por una amistad sincera, sin remordimientos que nos podemos decir las cosas y callarnos aún más, porque nos conocemos de siempre. Nos conocemos con la inocencia de las que fuimos, y con la realidad en que nos hemos vuelto. Laburante, sentimental. Con el corazón dispuesto a asistir en una cirugía, pero con las lágrimas de quien comprende que su trabajo está en estar frente a la vida y la muerte, y por momentos la miro y ella putea diciendo que nada es justo, y que esa vida no tenía que apagarse. Ella, la que cuando murió mi viejo no tuvo que decirme nada, sólo me miró y se dio cuenta de que ella tomaría el brazo de mi vieja en el cortejo, mientras yo llevaba el cajón. Mi amiga Silvina, quien tiene un corazón más grande que su sonrisa, y acompañé a ponerse su primer piercing que casi se desmaya. Es la que me bancó en las peores situaciones, llorando en su casa cuando me separé de Juan Manuel. Y cuando de repente, me doy cuenta de que vuelvo a tropezar con personas-a-las-que-debería-evitar. Silvina, eterna creyente, persona que da lo que tiene, sin importar nada. La que realmente se juega por y para todos los que quiere, y por momentos llora en su hogar porque las galletitas quedaron donde las dejó en la mañana. (no estuvo bueno hacerte eso, ya lo sé).

Hay que querer a la gente, tal como se nos presentan, darle oportunidades y eso fue exactamente lo inverso a cuando conocí a Soledad. Mi amiga fiel. Nos unía el barrio, nos unía ser clase proletaria, nos unía ser minas de fierro, nos unían tantas cosas (y sin embargo no nos soportábamos). Eso del amalgama no existía, y la metáfora de las POXITAS funcionó, porque Romina, (la ausente en este día) nos juntó, nos unió, y nos enseñó cuántas cosas teníamos en común (desde armar fasos como caramelos, hasta tomar cerveza bajo una parra creyendo que eso era la gloria). Maratones de cine, y de Sex & The City. Más de un chico en común. Y todo eso que hubiese generado la peor de las relaciones. Pero el 29 de septiembre de 2001, una noticia que nunca quisiera escuchar (pero la dijeron por teléfono: tu amiga, Romina, se murió en un incendio) y yo no tenía lágrimas para llorar (como nunca tuve). Entonces ahí fue que me di cuenta de que no debía llorar (la recurrencia es terrible) y me tomé un Kalmalín. Mi viejo me llevó a buscarla, y cuando caminé hacia Rodó la miré como nunca la miré antes: y la vi vulnerable, pequeña, llorando sin poder parar, y yo lo único que pude hacer fue darle mi hombro para llorar. Soledad y Yo. Yo y la Soledad. Un dúo que nos juntábamos para brindar por ella y por tratar de entender por qué el Destino se había ensañado con que perdiéramos a una de nosotras (a ese otro corazón). Soledad y yo, nos convertimos en Cástor y Polux, los héroes dioscuros. Ellos, gemelos de corazón y de inteligencia, para no separarse en la muerte, decidieron pedirle a los dioses que nunca los separaran. Ellos soportaron la condena de que cuando un hermano estuviera en el cielo, el otro estuviera en el infierno, y así lidiamos con los duelos las dos. Pequeña y pelirroja. Con una capacidad bestial para tomar cerveza. Gran cocinera y puteadora al mango. Un carnero capaz de decir las groserías más terribles, e instantáneamente llenar sus ojos de lágrimas y abrazarme con todas sus fuerzas diciéndome lo mucho que me quiere ( y ella lo dice, lo dice en voz alta, lo grita aunque me muera de la vergüenza) y ella llora y yo trato de ser fuerte y dura para no llorar. Ella llora y se ríe enseguida, y ambas volvemos a ser felices. La única con poder para cachetearme, gritarme y decirme que me salga de los embrollos en los que me meto. Siempre diciéndome que no debo acercarme a cosas ni personas negativas. Laburante como pocas, la que disfruta de relajarse en su terraza y a la casa donde terminé llorando el 14 de febrero, día de los enamorados, llorando a cuatro manos, rodeada de seis parejas que estaban felices por sus viajes mientras yo lloraba a cincuenta manos por cuatro días antes haber cortado con toda una etapa y todo un ser. Una mesa llena, y yo en una cabecera digna como una reina (rea) descendí por las escaleras caracol. Ella me siguió y en la cocina, me abrazó como sólo ella puede hacerlo sin que la expulse.

El NEGRO. El que llamo a cualquier hora de la noche para decirle que estoy triste, que estoy contenta, para que me diga donde está y yo salir corriendo a tomarme un vino y hablar de la vida, del amor, del desamor ( y todo eso tras una atmósfera de peronismo y de literatura popular…el payaso triste como yo, el Joker Burlón a quien hartan las funciones cada dos por tres y se toma el palo) y entonces lo extraño hasta que me duele la panza y lo tengo que llamar para saber si esta bien….entonces me dice “NEGRA TROLA” y yo soy felizzzzz al contestarle “FEO DE ROSTRO” y lo miro a esos ojos oscuros, y sólo puedo reírme y reírnos los dos y pensar que estaría lindo ver una de Leonardo Favio….
Tejada, un reparo en mi vida. Un techo donde cobijarme y donde estar. Pidiendo mimos, pidiendo cariño, caigo en que ella siempre estuvo ahí. Sólo que yo nunca pude ver más allá de lo que entraba en mi nariz. Ella, radiante, reina, bailarina. No sabe lo afortunada que es de tener una vida hermosa, pues ella crea el arte. Ella es arte. Pues uno es lo que hace. Es una artista. Glamorosa con su animal print. Creyente del amor…sueña con la felicidad. Y la felicidad es ella, y sus ojos gigantes y su Anatomía de Grace y su baile saltarín. Con su pelazo, y toda esa buena vibra, esa energía que tiene para salir, para insistirme en que salga de mi estanque mental. Ella la que sueña y la que debería mirar su mano para darse cuenta de que todo lo que desea, está en la palma de su mano…ella son las manos, la que comparte su cama y la que antes de dormir me dice que piense en lo más lindo para que en mis sueños se aparezcan las imágenes. Una amiga, un oído, un baile, una palabra de aliento, y constantes llamados y mensajes para tratar de estar mejor.

Conejo Duracell. El que está todo el tiempo haciendo cosas. Quien mientras está dormido, come chocolinas sin abrir los ojos. El que puede escuchar y ver(me) con los ojos de quien sabe en qué nos hemos metido. Me acompaña en las previas de baile y canto. Rápido en las palabras, pero más en los gestos. El que me lee y me critica, y se pelea con Torrisi (quien nunca escribiría con los ojos llenos de lágrimas). Quizás sea el de la tarotista, el amor de mayo, (ja, las fechas coincidieron) y el amor fuera justamente, el divague de hablar constantemente de amores desencontrados (él tiene mucho agua, y encima debe hacerse cargo de sus ascendentes), mi colaborador, y mi testigo. Mi espía sin saberlo, que me pone un rostro y pienso si realmente está bien lo que voy a hacer. Quien trata de cuidar un poco la fragilidad que hay (que tratamos de no mostrar) y alguien tan especial, que con poquito tiempo, me encariñé de verdad…y le digo “NO, A GORDA”, “SÍ, A MOROCHA” Puedo retarlo y puedo comentar la tele con él. Puedo hablar de los videos romantiqueros y él los toca con su guitarra. Querible de todas las formas posibles. Y el que me aconseja que el arma es la pluma y la palabra, pero que comience por los hechos.


La que se fue. La que traiciona todo lo que teníamos proyectado. La que usó el tópico ‘carpe diem’ mientras nosotras no nos dábamos cuenta de que se estaba despidiendo. La que iba a ir a Italia con su amor, pero conoció a otro amor y se quedó. Divina y arregladísima. Un día, un pajero en Plaza Serrano la trató de trola y le pasó una botella de Champagne (baratísimo) por la espalda, para ostentar a sus amigos cuán fácil era…ella ingenua (boluda, y crédula) y cómo yo, le puse una trompada a ese engendro por atreverse a tratar de esa manera a alguien tan importante. Romina, si hubiera sabido que te ibas a ir, con la fugacidad del fuego sordo, habría hecho las cosas que me pedías: desde ponerme polleras, vestirme como una dama, y no tomar cerveza del pico. Habría usado botas con polleras cortas (estarías orgullosa de verme como persona). Fuiste la persona que con más alegría bailaba brasilero y adorabas a Gilda. Lloraste por su muerte terriblemente, y decías que era triste que alguien pudiera morir tan joven en un accidente. Triste coincidencia del Azar o Destino, pienso que estás y que te reté por ir a comprar la pastilla del día después, enojada por tu falta de desatino y de consciencia. Y no veías nada, porque creías que algún día un príncipe te rescataría de todo lo que era tu existencia. Tres Mosqueteros. La Trinidad en una cofradía. Las lágrimas que no pueden brotar…y es ella de vuelta. Es Sole llamando, porque está en una tanguería a una cuadra de la Plaza Almagro. Y la escucho llorar nuevamente, como aquella vez. Y desearía tomarme un taxi si no fuera porque pienso, que efectivamente un amigo, es ese otro corazón. Que se toma una cerveza bajo la parra, o que lee la Cosmopolitan para ver si esa persona es el amor real. Quien piensa que tenemos treinta años y que lo mejor esta por venir. El que le tiene miedo a la letra pequeña y sin embargo…y quien extraño con locura. El que me contesta ‘Te Amo’ por teléfono, cuando hago el envío masivo, porque es lo que necesito…y es el mismo que en una fiesta me saca a bailar rock porque sabe que somos divinos y los mejores amigos que puedan compartir un Tempranillo. El que está feliz con su estrella que le calienta los pies y es feliz realmente, porque tal como me dijo, “soy un privilegiado, trabajo de lo que me gusta y la música es mi hobby” y feliz saca un acorde de Ale Sanz sin darse cuenta de que es tan especial como buena gente. Quien ahora llama es Silvina, preocupada por dos días en los que no le rendí parte de qué-estoy-haciendo- y son casi la una y no puedo explicar qué hice ni donde estuve. Pero lo que sí sé…es que yo soy un poquito gracias a lo que ud me han dejado ser. Brillo porque tengo amigos soporte que realmente me hacen pensar en que el tiempo es tan juguetón, que te pone gente de frente para ver cómo reaccionás. Y si las palabras no fueron las más académicas, fueron las que salieron de una cabecita con poca materia gris, pero con mucho para decir (y mucha vergüenza de decirlo en la cara).

Los quiero, los amo, los extraño, los necesito, y les agradezco estar….

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