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sábado, 3 de abril de 2010

UNA PIEDRA EN EL ZAPATO (CUENTITO ACCIDENTAL)


_¡No! Por Dios…qué hice!!! (exclamó mientras miraba el Kaos que reinaba en la habitación)
_ Tonterías, nada que no estuviera en control, mi kerida, nada que no estuviera en control (sonrió él desde la cama, a la vez que fumaba un cigarrillo viendo como la cama era una gran mancha roja)

De haberlo sabido antes, nunca se hubiese animado a involucrarse con su jefe. Es verdad que se lo había anticipado una serie de rumores de pasillo. Pero ella se mantenía inmune a las palabras de los demás. Con esa fuerza y ese orgullo impenetrable, parecía la mujer con el mayor control cerebral. Claro que no había contado con la aparición de esa desestabilización en su vida. Pues, siendo francos, ella no estaba para complicaciones.

En las primeras oportunidades, el hombre se mantuvo cordial y correcto. Sin jamás llegar a ser vulgar en ninguna de las charlas que mantuvieron de forma distanciada. De hecho, ella que lo recordaba de alguna que otra fiesta de la oficina, sabía que no era quien supo ser. Desde ese lugar, ella pudo estar relajada ante ese singular ser que olía a colonia barata y a cigarrillos. Típico de abogado. Su trabajo consistía en representar a la acusación particular. Aunque también era un gran defensor, sólo raramente aceptaba casos de defensa, lo suyo era acusar y destrozar defensas… y si podía ser, también a las personas. Desde ese lugar, ella fue tratándolo amablemente y sin ser parte de las pompas mujeriles que lo seguían a todos lados. No tenía pasantes masculinos, ni secretarios, todo éramos chicas, y casi la única cosa que se podía decir a favor ese hombre en ese aspecto, era su sinceridad: no se ocultaba. No es que él hiciese de menos a las chicas que no le causaran gracia o que exigiese intimidad de cuartucho con felináceo para conservar el empleo, ni siquiera daba trato de favor a aquéllas que sí le concedían sus deseos… lo que le gustaba, era la sensación de la caza. El tener un lugar de trabajo lleno de chicas bonitas a las que tiraba los cánidos de forma puramente sexual, sin demasiada cortesía y en ocasiones, hasta de forma ciertamente patética, era lo que le encantaba. Cosa que a ella le desagradaba hasta repugnarle, pues en más de una ocasión tuvo que soportar ese aire lisonjero que le tiraba en demasía. Pero como buena profesional, jamás se dejaría desbaratar por tamaño ser.

-Por favor, no se lo tome a mal… - sonrió cuando, la primera vez que ella le entregó unos informes y vio que estaba todo perfecto, y rápidamente la despachó dándole pícaramente con la carpeta en el trasero y ella brincó ahogando un grito y le preguntó con un tono ofendido "¿¡qué hace?!". A lo que él respondió zalamero “Siempre trato así a mis chicas. A todas. Soy un hombre cariñoso”…
"Habla de nosotras como si fuéramos sus perras”, y en seguida ella salió, tapándose la cola con la la carpeta vacía. En los días sucesivos trató de no acercarse mucho a él, pero vio que decía la verdad: no era que la hubiera escogido a todas las trataba igual. A todas les decía picardías, con todas se propasaba. Ése hombre parecía conducirse como si tuviera un harén propio… y era profundamente molesto que nadie le diera un bofetón para que se dejara de molestar. Sin embargo, para qué negarlo, ella se sintió profundamente excitada con el golpecito.
Lo terrible fue esa primera noche (a la que luego sucederían muchas más) ella no se sentía cómoda con ese primer encuentro. Había sentido como un chispazo en la espalda, no con el golpe con la carpeta, sino con la cercanía. Era intoxicante el olor del tabaco que emanaba, y por eso mismo era desagradable. Tanto fue así que en esa misma noche, ella no pudiendo conciliar el sueño, tuvo que levantarse a fumar un cigarrillo mentolado. Era necesario hacer entrar aire para sus pulmones porque parecía que su garganta se había cerrado por completo.
Cuando pudo volver a la cama, se dio cuenta de que el roce de las sábanas le provocaba cierto malestar. Y la verdad, es que el día era bastante caluroso, como para andar tapándose, el clima estaba dado como para estar lo suficientemente ligero. Sin embargo, siendo las dos de la mañana, ella seguía sin conciliar su sueño. Era una mezcla de sensaciones en las que la que más brotaba era el enojo. Enojo e impotencia. Impotencia por no poder plantarse frente a él y decirle que era un desubicado a la enésima potencia por pensar que ella era una más del rodeo felino que él tenía. Impotencia por no haber podido reaccionar ante la electricidad que le produjo la cercanía. Y mucha más impotencia porque no podía negar las ganas que tenía (y que se empezaban a manifestar en su cuerpo) de estar pegada a ese hombre. Es cierto que trató por todos los medios de dormir, pero saber que se encontraba tan cerca de donde ella estaba (ya que debería verlo al día siguiente) ya le provocaba ira…y generalmente la ira a ella se le ubicaba en la región baja de su estómago.
Por suerte, llegó la mañana y ella fue muy campantemente al trabajo, habiendo olvidado toda esa secuencia del día anterior. Siniestramente, ella entró por el otro ascensor de manera de evitar contacto con él…y el azar, o el destino (o la ruletita que se llama destino) los junta a ambos en el mismo ascensor, con la tamaña suerte puta de que no haya nadie que se suba con ellos. Él la saluda con cortesía, pero tomándola de la cintura (desubicadísimo) y lo peor es que ella se arquea como si no llegara a chocar su mejilla contra él (desubicada y encima desesperada). Ese saludo cordial fue el detonante de lo que sería la mañana laboral. Pues, mientras ella estaba aturdida en su box, él la mandó a llamar para chequear unos informes que ella había corregido. Era un gran litigante, pero su ortografía dejaba demasiado qué desear. Ella fue diligente, no sea cosa que quedara como una imbécil y encima miedosa. “No es para tanto”, se dijo, “de seguro que todas las minas de acá deben tener fantasías con este turro, pero lo bueno es que vos estás a salvo porque por suerte, tenés control sobre tu cabeza y cuerpo. No sos un gato más”. Claro que apenas terminó de decir su frase en la cabeza, y entró a la oficina no esperó encontrarse con su jefe aclarándole que su corrección había sido una cagada y humillándola al decirle que tenía otras secretarias que podrían hacer mejor ese trabajo, y que al fin y al cabo no entendía por qué esa KARITA DE NO SÉ KE KARAJO HACER CON UD SRTA.
Ella quiso salir corriendo, pero el cuerpo del hombre se había puesto frente a la puerta impidiéndole el paso. No iba a llorar, se lo había prometido, nunca jamás iba a llorar frente a esa infame ROCA SIN SENTIMIENTOS. Jamás le daría el gusto de sentirse menos. Pero parece que las lágrimas salían a borbotones mientras él gritaba que ella seguía siendo siempre la misma inmadura de siempre que no soportaba ninguna clase de críticas, que encima de todo su vestimenta era de las peores de la oficina, y que si ella no empezaba a tomar en serio su trabajo sería prontamente reemplazada por cualquier otra chirusita que fuera por lo menos un poco más controladita. En medio del griterío, se hizo visible la primera lágrima. Y cuando ella trató de ocultarla, él la agarró con violencia de la cintura y le pasó la lengua para sentir lo salado de su ser. Ella sintió vergüenza y miedo, pues no estaba acostumbrada a que la tuvieran de esa manera. Pero la manos de él, instantáneamente se empezaron a mover como tenazas, y parecían apretar todas las partes de su diminuto cuerpo. Y por más que ella lo intentara (aunque nunca lo intentó) no pudo sacarlo de encima porque el cuerpo ya no le respondía y mucho menos las piernas que comenzaron a hacer una fuerza rotunda para abrazarse cada vez más a ese ser tan desagradable, que ahora la tenía agarrada de sus caderas y la levantó en alto para colocarla en medio del escritorio. Por un momento, ella temió lo peor. Y eso no era nada. Pues él lo único que hizo fue darla vuelta y doblarla por la espalda hasta que ella no sintió más que un agudo dolor que entraba y salía. Y por más que quisiera zafarse, hubo un momento donde esa punzada de dolor se volvió dulce, y ella necesitaba seguirla sintiendo.
El tiempo dejó de correr para ella. No ocurrió lo mismo con él, quien así como estaba, con su pantalón bajo, sólo atinó a subirlo para tomarla de la mano, sin que nadie los viera (para que nadie tomara en cuenta esa complicidad nacida de una oficina) y la subió dentro de un remis con un rumbo incierto. Ella no tenía noción de lo que estaba pasando. Ella no podía ver nada con claridad, porque en medio del remis estaba él acariciándole las piernas como si fueran de su propiedad, a la vez que le estaba mordiendo el cuello y de repente era una serie de sensaciones que no podían explicarse ni analizarse (ni mucho menos frenarse, porque era puro cuerpo, no había nada qué pensar). De qué importaba que ella tuviese la peor ropa interior y él estuviera casado, nadie le borraría esa sensación que estaba atravesando su espalda cuando con las uñas (prolijamente cortadas) él le metía la mano bajo su blusa buscando sus pechos. Y cuando parecía que ya no aguantaba más, el auto paró.
Él la metió en esa casa por la fuerza, y ella sólo atinó a desabrocharse la blusa y quedarse paradita con su falda casi desprendida (que el muy desesperado había intentado abrir en el remis). Él estaba con una mirada entre perdida y entretenida (pero no era momento de mirarse), porque bestialmente, la levantó así como estaba para arrojarla en medio de su cama (ella no tuvo ni tiempo de observar la disposición de la casa para saber por dónde escapar si era necesario) y la dejó depositada mirándola. Sólo la miraba. Y era desesperante la tensión bajo el estómago que estaba sintiendo la chica, porque ni quería hablar, ni quería contradecir, ni quería que él se la quedara mirando con aire de estupidez. Pero lo que parecía un instante, se desarticuló cuando él se colocó sobre ella, sin tocarla ni siquiera, tan sólo rozándola, y viendo como de a poco ella se retorcía sin poder parar. Entonces, él tomó la posta, y le posó la lengua en sus labios, paseándosela hasta que ya no pudiera más, y cada vez que ella quería corresponder a un beso, él se corría dejándola con las ganas. No había tiempo. Sería difícil decir cuánto pasó, hasta que él la desnudó por completo. Y así, mientras la miraba tendida en SU cama, le pasó delicadamente (hubo un par de gestos delicados…nada más) sus largos y finos dedos, hasta que le pasó con sus dedos el borde de su boca, tocándola para luego ir bajando por la curva de su cuello e internarse en sus pezones, antes de pasar su lengua, su boca de forma voraz.
Ella no podía respirar, y lo único que pudo hacer fue experimentar. Experimentar el calor que le subía por la piel, y el olor a tabaKo que le salía de la boca a ese tipo sin coRazón y reparoS en hacerla sentir el felino más sucio al estar allí, en su casa para solamente matarse en esa cama y luego cada uno volver a su vida. Ella no podía entender en qué momento todo ese desagrado que le tuvo trocó en la necesidad de ser poseída, y levantada y excitada y exaltada y luego abandonada por ese hombre. No sabía cómo expresar lo que deseaba que le hicieran, pero no fue necesario, ya que los cuerpos se encontraron en un combate singular, pudiendo adaptarse el uno al otro en total encastre. Ella gritaba y gemía, pidiendo más. Él la miraba (por momentos sin comprender que era ese Kaos que había entrado a su Kronograma habitual), pero tampoco podía dejar de moverse dentro de ella.
Él la apretó más contra sí, bajando las manos hasta el inicio de sus nalgas, y la propia joven le agarró de la muñeca y se las hizo bajar para que la apretase, lo que hizo ansiosamente, dando caderazos involuntarios allí mismo, notando que su temperatura subía como si tuviera fiebres… y no era lo único que estaba subiendo de forma imparable. Ella se había soltado y se había convertido en una fiera hembra que no paraba de colocarse de diversas maneras para sentirlo más. Él se había vuelto un perfecto jugador de toda la cancha, viendo de qué maneras podía satisfacer a esa mina que empezó a florecer en esa cama. Se movieron, se desearon, se repelieron, se gozaron y se abandonaron gritando hasta no poder más. Y allí, mientras la habitación olía a sexo, a cigarrillos, a cerveza. Notaron que la cama tenía una terrible mancha de sangre, como si ella hubiese sido virgen en tantas cosas y, sonriendo él, y colorada ella, se produjo el siguiente diálogo:
_¡No! Por Dios…qué hice!!! (exclamó mientras miraba el Kaos que reinaba en la habitación)
_ Tonterías, nada que no estuviera en control, mi kerida, nada que no estuviera en control (sonrió él desde la cama, a la vez que fumaba un cigarrillo viendo como la cama era una gran mancha roja)

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