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lunes, 10 de octubre de 2011

EL CIRCULO DE LOS SOBERBIOS Y FALSARIOS



Y mi Conductor, que me vio tan absorto
me dijo: Dentro del fuego están los espíritus;
cada uno vestido de la llama que lo abrasa.

Maestro mío, respondí, al oírte
estoy ahora más cierto; pera había ya notado
que así era, y estaba por decirte:

¿Quién está en aquel fuego que se divide
arriba, que parece surgida de la pira
donde fue metido Eteocles con su hermano?

Respondióme: Allí adentro se castiga
a Ulises y a Diomedes, y así juntos
a la venganza van como a la ira;

y dentro de su llama se llora
el engaño del caballo que fue puerta
de la cual salió de los Romanos la noble estirpe.


Llórase dentro el artimaña por la cual, muerta,
Deidamia aún se lamenta de Aquiles,
y por el Paladio se sufre duelo.

Si adentro de aquella flámula pueden
hablar, dije yo, Maestro, mucho te ruego
y te suplico, así que el ruego valga mil,

que la ocasión de esperar no me niegues
a que la llama encornada hasta aquí se llegue;
¡Mira cómo a ella me arroja el deseo!

Y él a mí: Tu súplica es digna
de mucha loa, y así por ello la acepto;
pero haz que se contenga tu lengua.

Deja que hable yo, que he comprendido
lo que quieres; que ellos te serían esquivos
porque son griegos, tal vez por tu jerga.

Luego que la llama llegó a nosotros
cuando juzgó mi Conductor oportuno,
de esta forma oí que les hablaba:

¡Oh vosotros que sois dos dentro de un fuego!
Si amerité de vosotros cuando era vivo,
si amerité de vosotros bastante o poco

cuando en el mundo escribí mi alto verso,
no prosigáis; mas que uno de vosotros diga
donde, por su valía, perdido de muerte quedó.

El cuerno mayor de la llama antigua
comenzó a sacudirse murmurando,
a la manera de la que un viento fatiga;

y con la cresta aquí y allá meneando
como haría una lengua que hablara,
lanzó afuera la voz y dijo: Cuando

me alejé de Circe, que me retuvo
más de un año preso en Gaeta,
antes que así Eneas la nombrara,

ni la dulzura del hijo, ni la piedad
del viejo padre, ni el debido amor
que debía a Penélope hacer dichosa,


vencer pudieron dentro de mí el ardor
que tuve de hacerme del mundo experto
y de los vicios humanos y de su valor;

antes, me lancé por el alto mar abierto
con sólo un barco y con aquellos compañeros
pocos, de los que no fui abandonado.

De costa en costa vi al final los límites de España,
hasta el Marruecos, y la isla de los Sardos,
y las otras que aquel mar en torno baña.

Yo y mis compañeros éramos viejos y tardos
cuando llegamos a aquella fosa estrecha
donde Hércules marcó sus dos resguardos

para que el hombre más allá no se meta;
a la derecha mano dejé Sevilla,
de la otra ya había dejado Ceuta.

“¡Oh hermanos”, dije, “que por cien mil
peligros habéis llegado a occidente,
de esta tan pequeña vigilia

de nuestro sentidos remanente
no queráis negaros la experiencia,
siguiendo al Sol, hacia el mundo sin gente.

Considerad vuestra simiente:
hechos no fuisteis para vivir como brutos,
sino para perseguir virtud y conocimiento”.


Mis compañeros tornáronse tan ansiosos,
con esta mi breve arenga, de seguir camino,
que apenas podría con esfuerzo contenerlos;

y, vuelta nuestra popa a la mañana,
de los remos hicimos alas para el loco vuelo,
avanzando siempre por el lado izquierdo.

Todas las estrellas ya del otro polo
veía la noche, y el nuestro tan abajo,
que no asomaba fuera del marino suelo.

Cinco veces encendida y tantas apagadas
pasó la luz por debajo de la Luna,
luego que entrados fuimos en aquel gran paso,

cuando apareció una montaña, bruna
en la distancia, y parecióme tan alta
como no había visto nunca una.

Nos alegramos, aunque enseguida volvióse llanto,
porque de la nueva tierra un torbellino nació
que golpeó al leño en su primer lado.

Tres vueltas nos hizo girar con toda el agua;
y en la cuarta se alzó la popa en alto,
como a Otro plugo, y la proa se fue abajo,

y al fin el mar sobre nosotros volvió a cerrarse.

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