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lunes, 10 de octubre de 2011

Ophelia, Helena Bonham-Carter~ English




Miraba el Rey León. No dejaba de sorprenderse de la fuerza de Mufasa. Era simplemente el Rey, no había epítetos que pudieran agregársele. Si algo tiene Disney es justamente la potencia de la imagen. El rey se siente feliz y orgulloso, pues tiene a su pequeño Simba para continuar la especie y para garantizar el reino. Algo lo perturba, y es precisamente la credulidad y la ingenuidad de Simba, pero considera que con el entorno correcto y su posibilidad de discernimiento el pequeño se encontrará a salvo. Sin embargo, Mufasa cae en una trampa. Se juega para cuidar a su pequeño vástago. Engañado por su hermano Scar, y Simba pasa a ser el paria, expulsado de su tierra y de su gente, convencido de que la muerte de su padre es su culpa. Expiará culpas que no le corresponde, pero un día se producirá la peripecia y él será quien enfrente a ese impostor que con su acto lo obligó a crecer.

En otro film de diferentes características, un patriarca establece un imperio para garantizar el ‘buen nombre de su familia’. Cuida a todos. En sus frases se nota la idea de ‘clan’, ‘deber’ y ‘obligación’. Sin embargo, llamémoslo azar o simple destino la fuerza de Vito Corleone cae. Y el problema de la sucesión trae miles de inconvenientes; pues ese hijo, a quien el nunca quiso mezclar con ‘los asuntos de la familia’ termina volviéndose el nuevo Padrino. En una escena digna de lágrimas, Vito confiesa que pecó de muchas cosas, pero lo único que quiso fue tratar de que nadie lastimara a su famila. Y si se arrepiente de algo fue, justamente de que ese hijo a quien él había apoyado para que fuese diferente, tuviera que asumir un rol. La muerte de Vito desencadenará una serie de acciones nada gratificantes para el espectador, pues Michael acabará con las cinco familias, con su cuñado y con su propio hermano. Y todo porque ese es el lugar que le toca.

En Hamlet, en cambio, la debilidad del rey Hamlet I para reconocer el engaño de su esposa y de su hermano le termina ocasionando la muerte. El príncipe es incapaz de actuar por vacilaciones constantes, el fantasma lo domina por completo. El quiere vengar pero su miedo y su culpa, ser un paria que ha estado ausente leyendo libritos mientras toda esta acción ocurría, lo hace sentir culpable. No puede matar, la debilidad de ese padre le ha proporcionado una tosca imagen de hombría a ese príncipe que se debate entre el deber ‘ser’ y ‘parecer’. Dice Averlich: “Hamlet, en sí mismo, encarna la mayor contradicción como si tuviera una doble naturaleza: él impulsa a la venganza y a la reflexión que lo cohíbe. Hamlet tiene un gran incentivo para tomar venganza, por eso mismo resalta más su indecisión. Esta doble tendencia muestra la polarización de los intereses del hombre: o mucha acción, muy propia del Renacimiento, o mucha duda propia del Barroco. Pareciera que Hamlet resumiese esa dicotomía natural del hombre; volcarse hacia las cosas o sumergirse en su vida interior. Hamlet es irresoluto y a la vez vacilante, unas veces el deber lo obliga a actuar, como cuando mata a Polonio; otras, la reflexión lo detiene; vacila pero no se resiste a tomar venganza. Hamlet es un egocéntrico, busca individuarse, ser él, nunca parecer ser él, o sea, autenticidad, por eso su resistencia a la acción hasta no estar plenamente seguro y convencido” Solo cuando la ausencia de su objeto de deseo (porque es claro que Hamlet no quiere a Ofelia, solo ella existe para sus divagues) Es justamente la desaparición de Ofelia, su pérdida, lo que va finalmente a movilizar a Hamlet y a colocarlo en la vía de la realización de su acto. Para Lacan, Ofelia ocupa un sitio relevante en el texto, ya que aparece para el personaje central bajo dos formas del objeto: como objeto de su deseo consciente, un objeto de orden imaginario en el momento anterior a la ausencia de su padre y, sobre todo, al de su aparición espectral; y como el objeto perdido causa del deseo, situado –según Lacan– en el registro de lo real. El personaje de Ofelia se presta especialmente para encarnar el viraje pues la misma que da cuerpo al otro falicizado del amor/odio encarna el objeto imposible. Ofelia querida y luego rechazada cobra otro estatuto una vez muerta: objeto cuya pérdida hace posible en Hamlet la inscripción de la imposibilidad que da cauce al deseo. Ahora no hay más excusas, debe actuar y matar a Claudio. La muerte de Ofelia constituye la condición necesaria y suficiente para hacer, al deseo, lugar. Hamlet muestra que el duelo, como señala Allouch, no constituye simplemente una etapa por la que atravesamos cuando perdemos un ser querido. El duelo es constitutivo de la existencia. Solo que previamente estará el duelo entre hermano (protector) y príncipe (expulsor) y en el medio de todos ellos la Reina que toma la copa y se muere. Sigo preguntándome por Ofelia (que no puedo evitar el juego con Omphale) y entonces caigo en que posición subjetiva de Ofelia ella está en posición hamletiana. Ofelia es Hamlet. La muerte del padre y la pérdida del amor de Hamlet sitúan también a Ofelia entre el to-be y el not to-be. La diferencia con Hamlet es que Ofelia se deja caer enteramente en eso que pierde, no hay subjetivación de la pérdida. No hay duelo. Su padre Polonio ha muerto, Hamlet también ha muerto para ella. El duelo de Ofelia es su locura y su muerte.
¿Por qué hablar de muertes? Porque precisamente la ausencia primero atraviesa un período de imposibilidad de actos, luego de identificaciones metonímicas (la cajita de cenizas representa al muerto); más tarde la metáfora (alguien se convierte en el muerto y se lo ve tal cual se lo identifica). Entonces llega el momento de llorar, porque atravesados esos momentos ya no hay juegos que valgan. Mufasa no está, por eso Simba debe sacar lo mejor de sí, no sólo para recuperar su lugar sino porque siente en su corazón que sólo le queda el “recuerdo”, volver a pasar por el corazón. Michael puede parecernos odioso, pero de alguna manera trató de legitimar a su familia, esa parte que lo volvía humano y si no lo logró fue porque el tiempo “no fue suficiente”. Y entonces al pobre Hamlet, seducido por el fantasma de ese padre, habría de agregársele el fantasma de aquella que nunca tuvo sentido hasta que se volvió ausente. Creo que recién ahora puedo afirmar que he soltado al Otro, que ya no está por más que le grite, que reclame y que llore. Mi padre está ausente, y yo pude atravesar esto.

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