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lunes, 10 de octubre de 2011

SOBRE EL CANTO XXI DE LA DIVINA COMEDIA

Todos los hombres por naturaleza desean saber.

Aristóteles

El canto XXVI del Infiermo,, corresponde a la descripción de la octava fosa del octavo círculo, en el que se encuentran los SOBERBIOS, convertidos en llamas, Dentro de este canto, se introduce por boca de Ulises, quien arde en una misma llama con Diomedes, el bastante misterioso relato de la muerte del héroe griego; enigmático sobre todo en tanto que no encontramos ninguna referencia en la mitología clásica de tal muerte.

El relato sitúa a Ulises en su “odisea” de regreso al hogar, tras la Guerra de Troya. Nos dice Ulises que tras años de ausencia del hogar y tras pasar infinidad de desventuras y penurias, “ni siquiera el amor, que así sujeta, / a un hijo, a un padre anciano y a una esposa / tan fiel cual mi Penélope discreta, / pudo apagar en mí la sed rabiosa / de hacerme, recorriendo el mundo, experto / en el vicio y la virtud: la humana cosa”. De tal modo, con una única nave superviviente, Ulises, famoso por su elocuencia, consiguió convencer a los pocos compañeros de viaje que aún le quedaban para continuar la aventura hacia los confines del mundo.

Tradicionalmente es por ese “mal consejo” por lo que se asume la situación de Ulises en la octava fosa del octavo círculo del infierno. De tal modo, el relato se vería como una simple digresión ilustrativa de carácter moralizante.

En principio, el propósito de Ulises de continuar su viaje en pos del conocimiento y la sabiduría parece ser descrita como una tarea noble:

“Pues de la vida que os reserva el hado / es tan pobre y escaso el remanente, / no queráis renunciar a la experiencia / de ir tras el sol a la región sin gente. / Considera estirpe y ascendencia: / nacisteis no para vivir cual brutos, / sino para adquirir virtud y ciencia”.

Deseoso de conocimiento (de “adquirir virtud y ciencia”), Ulises emprende su arriesgado viaje, como también lo hizo Dante e incluso Eneas, según nos cuenta Virgilio. El viaje representa ante todo el medio a través del cual todo héroe se pone a prueba a sí mismo; supone un punto de inflexión en la vida, en tanto que es metáfora del camino que nos lleva de las tinieblas a la luz (es precisamente “en la mitad del camino de su vida” cuando Dante comienza el viaje que le llevará de la confusa “selva oscura” al Paraíso); un viaje, el de la existencia humana misma, a través del cual todo individuo se hace a sí mismo. No obstante, siendo el viaje el elemento común entre Dante y Ulises, así como a todos los hombres, el autor hará que el periplo del héroe heleno acabe en catástrofe.

Siendo el deseo “adquirir virtud y ciencia” lo que mueve a Ulises, hemos de preguntarnos por qué Dante le castiga explícitamente, cuando es precisamente también tal deseo de conocimiento lo que guía al autor a través del Infierno, Purgatorio y Paraíso. Jorge Luis Borges nos recuerda muy acertadamente otra similitud entre ambos viajeros:

"La razón íntima supone también en este caso la consideración de Dante como autor. Aunque el relato del insensato viaje de Ulises a los confines del mundo no está suficientemente motivado por las leyes compositivas del poema, su inclusión, acaso innecesaria, fue para Dan-te inevitable: en la aventura final de Odiseo encontró, según Borges, una proyección de su propia aventura poética, tan “ardua”, “arriesgada” y “fatal” como la del héroe homérico."


¿Por qué la insensata empresa de Ulises finaliza trágicamente mientras que la también insensata de Dante culmina con éxito? La respuesta habremos de buscarla en la diferente forma de ambos de satisfacer ese deseo de sabiduría que, según Aristóteles, todos los hombres por naturaleza padecemos[7]. Siguiendo de nuevo a Borges encontraremos la clave cuando nos dice:

“Dante se juzga indigno de visitar los tres ultramundos (io non enea, io non Paolo sono), y Virgilio declara la misión que le ha encomendado Beatriz”[8].

Borges nos sitúa de tal modo en el canto II del Infierno, en el que Dante expone sus vacilaciones antes de emprender su viaje, ante las que su guía Virgilio le recuerda que para ello tiene el beneplácito de instancias superiores, encarnadas en su amada Beatriz. De tal modo, muy legítimamente podemos interpretar que es el amor de Beatriz quien consiente, y guía, la aventura dantesca. En su particular odisea, Ulises, sin embargo, no cuenta con su “Beatriz” en su exploración de los confines del mundo; Penélope, siempre fiel amante, quedó en Ítaca, pero el amor de Ulises por ella no fue lo suficientemente poderoso como para hacerle regresar al hogar y abortar tal “insensata” empresa.



La poesía, cultivada por Homero (precisamente narrador de las aventuras de Odiseo-Ulises) y también por Dante, es una de las formas de esta sabiduría. Pero el paralelismo no alcanza sólo este plano formal; también en la sabiduría arcaica se hace necesaria la intervención de instancias divinas (superiores a la acción finita y limitada del hombre) como camino hacia la verdad. Pensemos en casos tan paradigmáticos (sobre los que sería interesante incidir con mayor profundidad, aunque tal tarea nos llevaría a lugares alejados de nuestro inicial propósito), como los rituales iniciáticos greigos, por ejemplo los eleusinos, en los que actúa una revelación de carácter místico-religiosa en forma de visión y comprensión súbita (epopteica y no dialógica-racional); los rituales curativos en los templos de Asclepio, en los que era la intervención misma del dios sobre los enfermos durante en sueño la que propiciaba la sanación; o el más que famoso Oráculo de Delfos, en el que la acción combinada de Apolo y Dionisos propiciaban el acceso de los hombres a la verdad, de suyo divina. Incluso en la poesía épica, también reveladora de grandes verdades, era necesaria la acción de las Musas, hijas de la diosa Memoria, haciendo del poeta mero trasmisor pasivo de la sabiduría de los dioses.

Ante este ideal de conocimiento, Ulises representa la desmesura del hombre: la autoafirmación de sí mismo y de sus capacidades racionales como suficientes para alcanzar las cotas más altas del conocimiento. Y este orgulloso ideal de conocimiento es el que pretende criticar Dante con la inclusión del relato sobre la muerte de Ulises, quien en el fondo esta siendo juzgado no tanto por mal consejero, sino por su desmesura, por su hybris que le ha llevado a despreciar el aviso de un Dios de “no ir más allá” (el non plus ultra que inscribió Hércules al situar con sus dos columnas el límite del conocimiento humano).

“Dante juzga a Ulises no sólo como mal consejero sino como titán, ya que Ulises no hizo caso a la prohibición de no pasar más allá de las columnas de Hércules y naufraga, al chocar su nave contra la montaña del purgatorio y así muere en la versión dantesca. Ulises fue castigado por ir a lo desconocido. En la mentalidad medieval, era ser tentado y no acatar la prohibición, como lo cita el mismo Dante, cruzar las barreras de occidente el non plus ultra, como inscripción de las columnas de Hércules atraería la muerte”.

Ulises es así condenado por su arrogancia. Como los fundadores de la bíblica Babel, quienes se unieron para construir su torre con el fin de alcanzar la verdad sin ayuda de Dios, Ulises será implacablemente castigado por su desmesura; por pretender ir más allá de lo divino, ignorando su limitada condición en tanto que ser mortal, finito, de carne y hueso.

No obstante, no creemos que se límite a esa llamada de atención la lección moral del canto XXVI del Infierno. Yendo más lejos, desde nuestra pretensión de conectar el ideal de sabiduría arcaico con el discurso de Dante, creemos que Ulises, además del orgullo y la desmesura que amenazan siempre con corromper al hombre, representa la imagen del nuevo hombre moderno; un hombre en su condición de ciudadano, habitante bien de la polis democrática griega, bien de los nuevos burgos del medioevo.


Armado de su sola razón, Ulises convence a los suyos para adentrarse en lo desconocido. Desobedeciendo la prescripción divina, reta a los propios dioses, pero fracasa por olvidarse de contar con ellos. Desde luego que en todo intento de alcanzar la sabiduría hay un riesgo inherente, y el fracaso siempre es una posibilidad real: así como Apolo desvelaba sus secretos a través de enigmas que debían ser correctamente resueltos, y así como Dios pone siempre a prueba a todos aquellos que, a través de la fe, pretenden un acercamiento a la verdad, cualquier movimiento hacia el conocimiento implica siempre un riesgo ineludible.


El fracaso de Ulises se define así ante todo como un fracaso en su intento de ser divino (de ser un Héroe como Aquiles: de ser casi-dios); un fracaso al intentar conocer lo que para los mortales es por definición imposible de alcanzar por sí mismos.




Es en este tercer nivel en el que se justifica plenamente la estigmatización de Ulises como mal consejero; por encima de su deseo de conocimiento, fue un egoísta, pero convincente, orador. Sin preocuparle los intereses de su propia tripulación, empleó verdaderos argumentos (llamando la atención sobre la esencia del hombre que, por naturaleza, desea saber y ha nacido “para adquirir virtud y ciencia”) aunque para fines deshonestos. Es desde esta mala fe como es comprensible y justificado a ojos de Dante la inclusión de Ulises en la octava bolsa del octavo círculo del Infierno; el horrible castigo al que el autor somete a todo un modelo de astucia de la antigüedad se explica no tanto por su deseo de sabiduría, deseo que todos los hombres, incluido el propio Dante, sufrimos, sino por las consecuencias morales que la satisfacción de tal deseo desencadenó. De no ser por la dimensión ética que siempre acompaña a la sabiduría, tal vez el destino de Ulises hubiese sido el Limbo.

(texto extraído de La sabiduría y la dimensión ética en la Divina Comedia)

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